San Luis Potosí, México. Capítulo 7. El desamparo.
Dos días habían pasado desde la muerte de Emmanuel, obviamente la madre del desdichado tuvo una crisis nerviosa por lo que fue sedada por los médicos y no pudo estar en el funeral, por su parte las hermanas del occiso se comportaron a la altura, sobre todo Adelaida quien a pesar de no soltar una sola lágrima, tampoco molestó a Carmen. Isabel por su parte se mostró solidaria con la ahora viuda, quien fue acompañada por su hermana y su madre llegadas de Guanajuato.
Carmen se sentía destrozada, si bien no era el primer amor en su vida, era el hombre con el que había vivido los mejores momentos al lado de sus hijos, además la atormentaba el hecho de pensar cuál era el futuro que les deparaba a los pobres huérfanos, eran ya cinco hijos y a nadie le había contado lo que el doctor le había dicho cuando fue atendida en el hospital después del desmayo… estaba embarazada.
– ¡Dónde está mi hijo! –fueron las primeras palabras que pronunció doña Eduviges al recobrar el conocimiento después de estar sedada por tres días. Carmen le pidió a doña Gertrudis y a Marcela que se llevaran a los niños a Guanajuato, sabía que si estaban en la casa de los Chavarría las cosas no iban a estar fáciles, y no se equivocaba.
– Cálmate mamá, cálmate… Emmanuel está muerto, debes de entender…
– ¡NO, MI HIJO! –gritaba la señora, y al ver a los presentes en el cuarto, se detuvo y con una mirada de odio incontenible se abalanzó sobre Carmen.
– ¡MAMA! –gritaron las hermanas al querer detener a doña Eduviges.
– ¡TÚ HAS MATADO A MI HIJO, TU MALDITA PERRA, TE MALDIGO DESGRACIADA, TÚ MATASTE A MI HIJO! –alardeaba doña Eduviges con los ojos fuera de sus órbitas, con un arabia incontenible, Carmen por su parte trataba de defenderse, ya que la señora tenía sus manos en el cuello de la pobre mujer, pero estaba tan débil que no podía hacer mucho.
– ¡Cálmese señora, si no tendré que suministrarle más calmantes! –dijo el doctor quien también trataba de quitarle a Carmen.
– ¡NO TE QUIERO EN MI CASA NI A ESOS BASTARDOS, LOS MALDIGO, LOS MALDIGO! –gritaba una y otra vez la iracunda mujer.
– Sal por favor Carmen, no es conveniente que estés más aquí –le dijo Isabel a lo que Carmen salió como pudo, sosteniendo sus manos en el cuello estrujado por la dueña de la casa.
Pasó el día y por la noche Carmen fue llamada al estudio por Adelaida, la hermana mayor.
– Bien, te he mandado a llamar porque como mamá no puede salir ahora del cuarto me ha pedido que te lo diga.
– ¿Qué es lo que sucede?
– Quiere que saques todas tus cosas de aquí y que mañana en la mañana ya no estés en esta casa.
– Pero…
– Pero qué, no oíste, sacas todas tus cosas y te largas de esta casa; qué pensaste, que te ibas a quedar con la fortuna de los Chavarría, ¡pobre estúpida!, mamá desheredó a Emmanuel recién se casaron ustedes.
– ¡Su dinero nunca me importó!, ¡Yo lo amé, lo amo!
– A mi no me interesa, de nosotros no sacarás nada, bastante hemos soportado estos años teniéndote a ti y a tus mugrositos para que ahora ya muerto mi enclenque hermano tengamos que seguir manteniéndolos. Así que ya estás advertida, comienza a empacar esta noche, Juanita te ayudará –dijo la odiosa hermana y salió del estudio dejando a Carmen incrédula ante lo que acababa de escuchar.
Carmen pasó toda la noche arreglando sus cosas y la de los niños, ayudada por la noble sirvienta.
– Ay doña Carmen, aún no entiendo cómo es que mi patrona se puede comportar de esta manera.
– Yo tampoco Juanita, sin embargo esta es su casa y yo no tengo nada que hacer, mi lugar era al lado de mi marido y ahora que no está no tengo más que hacer en un lugar donde no mi quieren.
– Pues si doña Carmen, pero al menos debe luchar por el bienestar de sus hijos, el señor debió dejarles algo.
– Si, eso es lo que pelearé, no me daré por vencida tan fácilmente mis hijos merecen algo por lo que su padre luchó estos años.
A la mañana siguiente Carmen abandonó la casa de los Chavarría, ante las caras de contraste de las hermanas de Emmanuel, Adelaida con una sonrisa macabra y de triunfo al deshacerse por fin de su cuñada e Isabel con un dejo de tristeza, al ya no ver más a sus sobrinos y a la pobre mujer.
Carmen tenía un poco de dinero que le había dejado Emmanuel, además del dinero de un seguro de vida, sin embrago durante el proceso legal que entabló para obtener una pensión para sus hijos, se dio cuenta que había más seguros que habían sido cobrados por doña Eduviges y Adelaida.
Sin embrago el proceso no había sido nada fácil, las Chavarría tenían contactos, eran poderosas y Carmen no pudo obtener nada, el poco dinero se fue gastando por lo que su mamá le sugirió que regresara a Guanajuato.
– Pero mamá que voy a hacer con mis hijos.
– Nosotros te ayudaremos aquí, tu papá está fascinado con Luciana y Antonio, y Marcela se ha encariñado con Marielva. Ha cambiado tanto tu padre, me ha pedido que te insista. Aquí puedes trabajar, lo has hecho antes.
– Pero nadie contratará a una embarazada.
– Por eso insistimos en que vengas, de seguro te debes estar malpasando, y el poco dinero que te queda es mejor que lo guardes para cuando nazca el niño.
– Tienes razón mamá, me he dado cuenta que mi cuñada y mi suegra van a hacer todo lo posible porque no obtenga nada.
Y así, con la muerte de su esposo, con el desamparo de la familia Chavarría y con un bebé que crecía en sus entrañas, Carmen regresó a Guanajuato, con el alma deshecha por un amor, sin dinero y con un futuro incierto. Al fin las Chavarría habían logrado su objetivo, la desdicha de quien para ellas había robado el amor de su hijo y de su hermano, la que no estaba a su altura.
La pobre mujer llegó a la central de autobuses y fue recibida por sus hijos.
– Ya verás hija, aquí comenzaremos de nuevo, para eso nos tienes a nosotros –dijo doña Gertrudis después de un fuerte abrazo.
– Ay “many”, no sabes cuánto siento lo que te está pasando, y luego con tanto niño –dijo Marcela a lo que Carmen solo rió.
– Hija, sé que no he sido el mejor padre pero ahora tendremos que apoyarte, y para eso estoy aquí, para estar contigo –mencionó don Julio y Carmen lo abrazó fuertemente.
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