Guanajuato, México. Capítulo 8. Una segunda oportunidad
Los meses pasaron, para Carmen fue difícil enfrentarse a la idea que ya no volvería a ver a su amado Emmanuel; por lo mismo de su embarazo no pudo conseguir trabajo y tuvo que ayudarle a su mamá en el negocio de los tamales para poder subsistir. Un nuevo hijo nacía sin padre, Romeo, y Carmen por fin pudo conseguir un trabajo en la antigua empresa que años atrás había laborado. Don Julio y Marcela también la ayudaban en lo que estaba en sus posibilidades. Sin embargo todo cambiaría un día.
– ¿Diga?
– Carmen, ¿eres tú?
– Si, con quién hablo.
– Soy yo, Aristeo –respondieron al otro lado de la bocina, era su primer amor, su primer marido, el padre de Natalia y Alejandro.
– ¡Aristeo! Qué alegría escucharte.
– Lo sé, yo también siento un gusto en volver a hablar contigo –Aristeo tosió –estoy aquí en la ciudad y quisiera ver la posibilidad de vernos.
– Claro que sí, ¿en dónde?
– Te parece en aquel café al que íbamos cuando éramos novios.
– ¿A qué hora?
– A las cinco, crees que es posible.
– Claro que sí, ahí nos veremos.
Durante todos estos años Aristeo y Carmen seguían en contacto, obviamente por los niños a los cuales nunca les faltó una pensión, Aristeo vivía solo y trató de persuadir a Carmen que regresara con él cuando supo de la muerte de Emmanuel sin éxito. Sin embargo la razón de su encuentro cambiaría por completo la decisión de Carmen, de la noble Carmen.
– Hola, ¿cómo estás?
– Bien, y tu, te cortaste el cabello.
– Si quería un cambio… qué linda te ves.
– Gracias –Carmen se sonrojó.
– Dos cafés por favor –indicó Aristeo al mesero –un descafeinado.
– Aún lo recuerdas.
– Claro, lamento lo de Emmanuel, los niños cómo están.
– Muy bien, ansiosos por volver a ver a su papá.
– Y los demás.
– Aprendiendo a vivir sin la figura paterna, para Luciana y Marielva ha sido difícil, ellas ya están grandes y comprenden lo que sucede y a veces me preguntan por qué Natalia y Alejandro tienen papá y ellas no.
– ¿Y qué les dices?
– La verdad.
– ¿Y la entienden?
– No, pero ellas hacen como si nada pasara y al rato vuelven a ser las mismas de siempre.
– Carmen, la razón por la que te he pedido que nos viéramos es porque necesito pedirte que regreses conmigo.
– Aristeo, ya lo hemos hablado muchas veces, sabes que eso no es posible.
– Carmen, tienes que saber que te lo estoy pidiendo como un favor. Hace poco más de un mes me diagnosticaron una enfermedad terminal –al decir esto, los ojos de Aristeo se llenaron de lágrimas.
– No, no me digas eso –al principio Carmen dudó debido a lo que años atrás había ocurrido pero al ver las lágrimas de Aristeo brotar supo que lo que acababa de escuchar no era mentira, además, su aspecto era diferente, se veía enfermo y desde que llegaron Aristeo no había dejado de toser –pero… de qué.
– Una enfermedad en los pulmones, el doctor solo me ha dado de tres a cuatro meses de vida, no hay tratamiento. Carmen –Aristeo tomó de las manos a su antigua esposa –sé que es mucho lo que te estoy pidiendo, pero quiero que mis últimos días sean felices como alguna vez lo fuimos, fui un tonto al dejarte y hoy la vida me está cobrando mi engaño y el no valorarte.
– No digas eso –Carmen acarició el rostro de su ex esposo quien lloraba –recuerda que tengo más hijos, y el cargar con ellos… ¡Ay Aristeo por qué!
– No digas más, se que lo que te he pedido es mucho, te agradezco el que hayas querido hablar conmigo, perdona que te haya hecho venir –Aristeo se levantó de la mesa.
– Lo voy a pensar –dijo Carmen deteniendo a su antiguo amor –no te prometo nada.
Un nuevo capítulo estaba por abrirse en la vida de Carmen, el pasado regresaba pero ahora para pedirle un sacrificio, esa misma noche habló con sus papás y con Marcela para pedirle consejo. Juan José tenía catorce años por lo que su opinión aún no contaba.
– Hija, es el padre de tus hijos, sé que no estuvo bien lo que te hizo, pero está arrepentido y enfermo –dijo doña Gertrudis.
– Pues yo pienso que estarás muy pendeja si regresas con él, además, para qué, para cuidarlo, ay no “many”.
– ¡Marcela! –recriminó la señora.
– Hija –dijo don Julio quien se había mantenido callado durante la plática, en un momento se levantó y puso las manos sobre los hombros de su hija mayor –creo que hemos inculcado valores en ti y en tu hermana, creo que esa es la razón por la que en ocasiones he sido tan rudo y tan obstinado, pero era para esto, ahora sólo tu tomarás la mejor decisión para con Aristeo, desde ahora te digo que cualquier decisión que tomes contarás con el apoyo mío y de tu madre.
– Gracias papá, solo quiero saber si ustedes estarían dispuestos a cuidar a mis hijos mientras yo me hago encargo de Aristeo.
– Si hija, sabía que ibas a tomar la mejor decisión.
– ¡Ah no chula, yo no me voy a hacer cargo de tanto escuincle!
– Marcela, solo te estoy pidiendo que te hagas cargo de Luciana, Marielva y Antonio, no puedo dejar a Natalia y a Alejandro sin su padre y tampoco puedo despegarme de Romeo.
– Bueno, así cambia la cosa, lo bueno que me dejas a Luciana.
– Entonces puedo contar con ustedes.
– ¡A mí nunca me toman en cuenta! –dijo Juan José molesto.
– A ver Juan José, ¿tú qué opinas?
– Pues yo opino que seré feliz cuidando a Antonio y a Marielva.
– A que mijo, dijo doña Gertrudis.
Y así, con una nueva encomienda, Carmen cuidó con esmero a Aristeo, viajó a Monterrey junto con los tres niños, los dos mayores y Romeo, hizo que los últimos días de su ex esposo fueran felices, hasta que llegó el día final, Aristeo fue internado en el hospital debido a una fuerte neumonía, aún así, la dejaron despedirse de él.
– Gracias Carmen por hacerme feliz en este tiempo, sé que no lo merecía, pero te estaré eternamente agradecido por todo lo que hiciste por mí, por tu perdón.
– Ya no digas más, te agitas y no es bueno.
– Te vas a quedar sola, Carmen, cuida mucho a mis hijos… ya no los veré crecer… bésalos mucho y ponle la medallita que le compré a Alejandro… no los separes nunca, y mi Natalia, Dios te bendiga por lo mucho que has sufrido… nunca me separaré, nunca –Aristeo dejó de respirar y murió.
– Aristeo –dijo Carmen y comenzó a llorar ahogadamente.
Sin embargo, la tragedia aún estaba por empezar…
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