miércoles, 25 de julio de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 10. Los preparativos.

Los años habían transcurrido, sin embargo Carmen había cargado con la pena de ver morir en sus brazos a Marielva, de no contar con Emmanuel ni con Aristeo, se había prometido no pensar más en el amor y refugiarse sólo en el cariño a sus hijos, quienes iban creciendo como robles, el poco dinero que Aristeo les había dejado lo habían gastado en el tratamiento de Marielva y sin el apoyo de las malvadas Eduviges y Adelaida, Carmen tuvo que sacrificarse para que a sus hijos no les faltara nada. Dos años después de la muerte de Marielva, don Julio enfermó y pronto faltó la figura paterna en la casa, este fue un golpe que devastó por completo a la familia, sobre todo a los niños quienes veían en don Julio la figura paterna faltante en sus vidas.

Natalia era ya una señorita de catorce años quien próximamente cumpliría los ansiados quince años, sin embargo para ella esto era una acontecimiento que no tenía la mayor importancia, aunque por dentro estallaba en júbilo y sentía unas enormes ganas de tener un baile, siempre se había hecho a la idea la situación precaria en la que ella y sus hermanos vivían. Y esta situación haría que se empeñara en los estudios por lo que logró una beca con al cual pudo estudiar la secundaria. Sin embargo era el último año y con él la beca.
– ¡Por fin muchachas!, lo hemos logrado, ya salimos de la secundaria –dijo Dania, una de las mejores amigas de Natalia, era el día de la graduación y se encontraban quitándose la toga y el birrete en un salón.
– Ay Dania, ya sé que nunca te gustó el estudio pero al menos disimula.
– Es que es tanta mi emoción, ya salimos y pronto será nuestro quince años… y ¿siempre te lo van a hacer en ese salón que dijiste Ale?
– Si, mamá lo consiguió con un módico precio. Y bueno ¿dónde será el tuyo Natalia?
– Yo no tendré fiesta –dijo en tono triste Natalia.
– ¿Por qué?
– Por Dios Ale, te olvidas que estoy aquí por una beca, mi mamá no tiene posibilidades para hacerme una fiesta, tal vez un pastel sea a lo mucho lo que tenga en mi cumpleaños.
– Lo siento, será porque te considero una de mis mejores amigas que a veces se me olvida, pero no importa, ¿irás a mi fiesta verdad?
– Y a la mía, no puedes faltar eh, eres mi dama de honor.
– Claro, cómo podré faltar a tan importantes eventos –dijo Natalia y todas rieron, se alistaron y salieron hacia donde las esperaban sus familias, Carmen fue con Marcela a la graduación.

– Que lindas muchachas, y que señoras tan elegantes –dijo Marcela al llegar a casa.
– Cómo siento que se termine tu beca hija –lamentó Carmen.
– Ay mamá, no comprendes que ese fue un medio prestado, sin el cariño de ustedes no tendría el valor de estudiar.
– Y bueno hija, ¿de qué color vas a querer tu vestido de quinceañera?
– Te digo que no quiero ningún baile mamá.
– Ay ya vas a empezar otra vez con tus cosas, no quiero esto, no quiero aquello, al menos deja que haya un poco de alegría en todo este tiempo, ¡Caramba contigo! –refunfuño Marcela.
– Queremos verte feliz hija…
– Y como puedo ser feliz a costa del sacrificio de ustedes, ya bastante han hecho por mí, las quiero mucho, mucho, por eso no puedo aceptarles la fiesta.
– Ah no chula, no me vas a dejar vestida y alborotada –dijo Marcela.
– Hija, yo quiero tu mayor felicidad, y no quiero que te pase lo que a Marcela, que se volvió amargada.
– De lengua me como un plato, hasta crees que me volví amargada –dijo Marcela y todas soltaron a reir.
– Está bien, sólo por ustedes, las quiero mucho –dijo Natalia resignada y besó a su mamá y a su tía –me voy a cambiar para ir a ayudar a güelita.
– A pesar de todo en el fondo tiene ganas de su fiesta –dijo Carmen a su hermana una vez que Natalia se había ido.
– Si, de una gran fiesta, pobre de mi hija, convivir con esas niñas ricas... y regresar a esta realidad –se lamentó Marcela.
– De todos modos tenemos la obligación de hacerle su baile lo mejor que podamos.

Los días pasaron y los planes para la quinceañera iban viento en popa… claro, sin faltar los problemas de dinero.
– Ay hija hoy vimos unas telas maravillosas para el vestido que usaras.
– ¡De veras güelita!
– Si, solo que aún no sabemos de qué color quieres el vestido.
– Le dije a mamá que azul… pero ¿están muy caras las telas?
– No, bueno, un poco, pero no importa, aunque Marcela con los años se hace tacaña y no querrá comprar la tela para el vestido.
– Y quién dijo que soy tacaña, además con que le pida a Pepe.
– ¡Marcela!, por Dios hija, estás viendo que el pobre de Pepe también tiene sus gastos y tú pidiéndole dinero.
– Ay mamá, él también quiere mucho a Natalia y no va a decir que no, con unas caras que le haga y lo convenzo.

– Carmen, me parece que estas exagerando demasiado en hacerle la fiesta a la niña –interrumpió Juan José ya una vez que Natalia se fue al mercado con doña Gertrudis.
– Ay ya vas a empezar con tus cosas, ya me sé los sermones, Carmen no podemos con tanto, dentro de nuestras posibilidades, pero no, para mi hija no, se trata de mi primer hija, la que más ha sufrido conmigo, quiero que ese día sea el más feliz para Natalia. Además, Dios quiso llevarse a Marielva y a su papá, y bien sabes que a ella le hizo mucha falta Aristeo –dijo mientras tomaba la foto de Marielva y la acariciaba.
– Pero… de dónde sacaremos el dinero.
– No lo sé, pero le haremos la fiesta.

Y tal y como lo decía Juan José, el presupuesto para la fiesta de Natalia no era suficiente por lo que la abuela y Marcela tuvieron que ponerse a trabajar más, Carmen comenzó a coser ajeno ya que tenía que alimentar a los demás niños. Un día Natalia fue a entregar un encargo de tamales a un taller mecánico cerca del mercado, y se encontró con un antiguo compañero de la primaria, aunque era dos años mayor que ella.
– Hola Natalia, ¿Cómo te va?
– Hola Gerry, muy bien, ya sabes con lo de los tamales, no sabía que ya estabas trabajando aquí.
– Bueno, con esto me pago la prepa… y tú ¿qué estás estudiando?
– Bien sabes cuál es la situación de la familia, no estudio, aunque estoy consiguiendo una beca para entrar el próximo semestre.
– Yo pensé que esa era la razón por la que tu abuela está trabajando más en los tamales.
– ¿Qué dices? –Natalia se mostró sorprendida.
– Si, según mi mamá, tu abuela está aceptando el doble de pedidos para poder tener más dinero.
– Me tengo que ir, gracias –dijo la muchacha y salió apresurada del taller.
– Espera Natalia, ¡Natalia!
– ¿Porqué se fue? –salió el dueño del taller.
– No lo sé don Juan, pero creo que ya metí la pata.
– Ora zonzo, como siempre –dijo el dueño y le dio un zape.

– ¿¡Es cierto que mi güelita está trabajando hasta tarde en el mercado con el daño que le hace!? –llegó gritando Natalia, estaba muy agitada ya que había corrido el trayecto del taller a su casa, entró en la habitación de Carmen y la encontró con la máquina de coser –y tú qué haces… ¡remendando ropa ajena!, no quiero más sacrificios de ustedes, ¡no quiero baile, no quiero nada!... ¿y dónde va a ser?, aquí entre estas cuatro paredes, y con qué música, con una grabadora –dijo y se tiró sobre la cama a llorar.
– Perdónanos por ser tan pobres hija –dijo Carmen asustada y con lágrimas en los ojos, sentada frente a la máquina de coser.
– No digas eso mamá –recapacitó Natalia y se paró frente a su mamá.
– Tal vez  porque no olvido lo que vivimos tu y yo en estos años. Tú por ser la mayor y Alejandro, son los que más han sufrido, más perdidas.
– Tienes razón, pero es que me duele todo lo que hacen por mí, la pobre de güelita doblando turno con todo lo que ha trabajo en su vida.
– Para ella es un gusto, acepta la fiesta si quiera por ella.
– Está bien mamá que sea lo que ustedes quieran, y te confesaré, yo también tengo mucha ilusión por ese día.
– Y serás feliz hija, mira, haremos el baile en el salón que está aquí a la vuelta y estarán todas las vecinas que nos quieren tanto, ese día será todo tan bonito, ¿no crees?
– Sí mamá.

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