sábado, 14 de julio de 2012

Guanajuato-San Luis Potosí, México. Capítulo 5. Los años “maravillosos”

La felicidad volvía a la vida de Carmen, después de su boda con Emmanuel, se quedaron a vivir en Guanajuato, ya que los dos continuaron trabajando ahí, aunque por poco tiempo, un nuevo ser crecía en las entrañas de Carmen, Luciana, una niña que nació ocho meses después, de ojos grandes, que fue el derroche de felicidad de la casa. Al poco tiempo de dar a luz Carmen tuvo que dejar de trabajar, debido a que tendría que cuidar a Natalia, Alejandro y Luciana, y pronto le dio la noticia a Emmanuel que otro miembro más de la familia crecía en su ser. Pero la felicidad duraría por poco tiempo.
– ¿Te vas?
– Si, y quisiera que fueran conmigo, pero hasta que no tenga en donde vivir no podré llevármelos, qué más quisiera que se quedaran en casa de mamá pero ya ves… ni una sola llamada desde que nos casamos.
– No sabes cuánto he sufrido por eso, sé que la extrañas…
– Pero no me arrepiento de tenerte a mi lado, de tenerlos a los cuatro –aunque Natalia y Alejandro no eran suyos, Emmanuel los quería como sui fueran de su sangre.
– Está bien, que más le podemos hacer si es una orden de la empresa.

Emmanuel viajaba a San Luis para hacerse cargo de la filial de la empresa en la que antes los dos trabajaban, esto cambiaba totalmente los planes de la pareja, sobre todo de Carmen, que quedaba a expensas de nueva cuenta, como cuando Aristeo, sin embargo esto duraría poco según las palabras de su esposo, ya que pronto la alcanzaría en San Luis. Pasaron los meses y Marielva nacía, eran ya cuatro niños los que habitaban la casa y no con cierto agrado su hermana se lo hacía saber.
– Ay mani, ustedes parecen conejos, ves que ya tenías dos con Aristeo y ya vas por otros dos, que… ¿quieres tener un ejército o qué?
– Cállate Marcela –dijo doña Gertrudis.
– Déjala mamá, y si, Emmanuel quiere tener una gran familia, es por eso que hemos encargado seguido, quiere que tengamos más de cinco hijos y a mí no me parece mala idea.
– Pues sí, pero al paso que vas, para cuando tengas treinta ya vas a tener ocho mani –dijo Marcela a lo que Carmen rió.
Marielva no pudo haber llegado en mejor momento, Emmanuel y Carmen se amaban profundamente, empezaban a formar una gran familia, empezaban a forjarse un futuro lleno de amor, aunque todo cambiaría estrepitosamente.
– ¿Diga?
– Mi amor, soy yo
– Emmanuel, ¿cómo estás?, ¿ha pasado algo?
– Si, algo maravilloso, mamá quiere que vengas a la casa, ha cambiado su forma de pensar y quiere que vivamos aquí en San Luis, en su casa, así que ve preparando todo, porque dentro de dos semanas iré por ustedes para traerlos conmigo.
– ¡Oh Emmanuel, no sabes qué alegría!
– Lo sé, y te dejo porque debo seguir trabajando, te amo –dijo Emmanuel y colgó, dejando a  Carmen con una alegría compartida, por fin su suegra la había aceptado, y la relación inexistente parecía que se iba a componer y comenzar, aunque se equivocaba.

Pasaron los días y Carmen viajaba con los niños a San Luis Potosí a encontrarse con su amado Emmanuel y su familia, llegó a la central de autobuses y allí la esperaba su esposo, se dirigieron a casa de los Chavarría, y en la puerta ya los esperaba doña Eduviges con las dos hermanas quienes tenían una sonrisa indescifrable.
– Hola hija, cómo estas, qué gusto verte, pasa para que te instales –dijo la señora y la abrazó y la besó en la mejilla, estos gestos hicieron que Carmen se estremeciera, dejándole un escalofrío que le quedó por un buen rato.
– ¡Ay que niños tan maravillosos, y nuestra sobrina, maravillosa, hermosa! –dijo Adelaida con un tono tan falso que incluso Isabel hizo un gesto de desconcierto.
– Saluden niños –ordenó Carmen a los pequeños quienes se encontraban escondidos tras las faldas de su mamá.
– Hola –dijo la pequeña Natalia.

Ese día Carmen pasó de la impresión a la extrañeza, del asombro a la incredulidad, aunque bien recordaba las palabras que años antes le había dicho Adelaida. Pasó la noche y el fin de semana, era día lunes, Emmanuel se iba a trabajar, apenas cerrando la puerta, las actitudes de doña Eduviges y sus hijas cambiaron radicalmente.
– Muy bien niña, vamos poniendo las cartas sobre la mesa –dijo la señora de la casa a una asustada Carmen.
– ¿De qué me habla señora?
– De que ya sabemos toda la verdad de tu familia cuñadita, sabemos ese secreto que le han ocultado a todos desde años.
– No… no sé de qué hablan.
– Vamos, no seas estúpida, de que uno de ustedes no es hijo de la tamalera.
– ¡OIGA, NO LE VOY…!
– ¡TÚ NO ME VAS A PROHIBIR NADA IDIOTA! –gritó doña Eduviges –sabemos que ni a Emmanuel se los has dicho, es por eso que te trajimos, para que sufras por esa mentira y si no quieres que le digamos a tu esposo toda la verdad es mejor que hagas lo que te digamos.
– Por lo pronto llévate a tus mugrositos a su cuarto y no salgan hasta la hora de la comida –ordenó Adelaida, el miedo que tenía Carmen hizo que no reaccionara y que tomara a sus cuatro niños y corriera hasta su cuarto; se encerró y comenzó a llorar, aunque pronto se tuvo que calmar, debido a que los más grandecitos empezaron también a derramar algunas lágrimas.
– Cálmense niños, cálmense, no pasó nada –decía Carmen mientras se secaba las lágrimas; a la media hora se oyó la puerta, era la sirvienta de la casa.
– Tome señora, le traje un pequeño bocado, pero que no se entere mi patrona porque me corre, escuche todo lo que dijeron, ¡ay señora, a dónde se vino a meter!
– Gracias Juanita, no sabe cuánto se lo agradezco.
– Mientras yo esté aquí, no les faltará nada a usted y a estos niños tan hermosos, y bueno, me voy antes que nos vea mi patrona.
– Gracias Juanita.

Ese día Carmen lloró en silencio, si bien, cuando llegó Emmanuel, la hipocresía de su familia volvía, para tratar de nueva cuenta con “cariño” a los recién llegados, poco le faltó para soltarle toda la verdad a su esposo. Sin embargo, el secreto que tan celosamente guardaba y que ahora había sido descubierto la obligaba a callar.
– Y dime… ¿cómo te han tratado mis hermanas y mamá?
– Eh… eh… bien, la verdad es que con el cuidado de los niños casi no he tenido tiempo de platicar mucho con ellas.
– ¿Pero es que acaso no te ayudan con los niños?
– Vamos Emmanuel, yo no les puedo pedir eso, ellas están ocupadas en sus cosas.
– Pero aún así, son sus sobrinos y deben ayudarte.
– Ya no digas nada, y mejor cuéntame cómo te fue a ti en el trabajo.
– Bien, ya sabes…

Los días pasaron, y los insultos, las majaderías y los sinsabores se iban volviendo una rutina, prácticamente Carmen quedaba encerrada todo el día en su cuarto con los niños, aprovechaba al máximo el tiempo que no estaban sus suegras y sus cuñadas, para sacar a los niños al jardín, para sacarlos de paseo, aunque siempre bajo la sombra de Juanita y las demás sirvientas de la casa, aunque para su fortuna, en ellas encontraba el poco alivio a sus penas. Las sirvientas jugaban con los niños, ayudaban a Carmen y la trataban con amor, sabían de lo mal que la trataban las “patronas”, por eso poco a poco se fueron encariñando con la pobre mujer. A los pocos meses Carmen se enteró que de nueva cuenta estaba embarazada, iba tener a un varoncito y decidieron ponerle el nombre del padre de Emmanuel, Antonio. Un poco de felicidad entre tanta miseria humana en la casa de los Chavarría.
– Otro mugrosito en la familia –dijo despectivamente Adelaida, la más agria de las tres. Isabel por su parte solo seguía las órdenes de su hermana mayor, aunque una vez Carmen descubrió a la menor de los Chavarría jugando con los niños, y al verse descubierta salió corriendo de la habitación.
– Pero… ¿Cuánto tiempo vas a irte? –preguntó una aterrorizada Carmen a su esposo, acababa de recibir la noticia que Emmanuel viajaba a Monterrey por un tiempo de seis meses, otra vez debido al trabajo.
– En dos días, y al parecer será por un largo tiempo.
– ¿Y me dejarás aquí?
– Claro, bien sabes que hasta que no me establezca allá me los puedo llevar.
– Pero…
– ¿Qué pasa Carmen?, desde hace tiempo vengo notando que has cambiado, estas tensa, nerviosa, de pronto lloras como queriendo decirme algo, pero al final no te atreves.
– No me hagas caso –era la oportunidad perfecta para decirle a su esposo todas las cosas que su familia política le hacía, pero calló por cobardía, tenía miedo que su esposo no la entendiera y además revelarían el secreto de su familia, por eso de nueva cuenta calló.

Pasaron los dos días y Emmanuel viajaba a Monterrey, por sugerencia de doña Gertrudis, las hermanas y la familia fueron a despedirlo a la central, pero al irse, el plan que había maquilado la suegra resultó a la perfección, dejaron a Carmen y a los cinco niños en la central, las hermanas se regresaron a la casa dejando a la pobre mujer a la deriva y sin dinero…

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