San Luis Potosí, México. Capítulo 6. De nueva cuenta el dolor.
Los días transcurrían entre las humillaciones de la familia de Emmanuel, el silencio imperdonable de Carmen y la ignorancia de su esposo, el que aún no entendía por qué los niños se comportaban de una manera extraña, introvertida.
– Carmen, necesito que me digas la verdad, en este tiempo he notado una angustia en ti, los niños se comportan de una manera introvertida, los veo con miedo, dime… ¿los trata bien mi mamá y mis hermanas?
– Si… si, es solo que los niños a veces se aburren y como casi no salimos.
– Pero eso se puede arreglar, ustedes pueden pedir al chofer que los lleve al centro de la ciudad, no sé, a alguna parte.
– Si Emmanuel, no te preocupes, lo haremos mañana –dijo Carmen para apaciguar un poco a su esposo.
–Y bien, ¿qué vamos a hacer hoy?, vamos a pasear –Emmanuel tenía varios días de descanso, por lo que aprovechó al máximo el tiempo que iba a pasar con su familia, por lo que fueron a todos los lugares posibles de San Luis en los cuales podría disfrutar a su familia, estos días fueron un respiro para Carmen quien obtenía un poco de tranquilidad y no estaría a expensas de las intrigas y majaderías de su suegra y cuñadas.
– Ay amor, ojalá pudiéramos tener más días como estos.
– Lamento que no pueda estar con ustedes como quisiera pero es porque quiero darles todo, quiero que sean felices.
– Lo sé, pero he venido pensando en algo y es momento que te lo diga.
– Dime
– Creo que es tiempo en que nos cambiemos de casa –Carmen lo había meditado mucho, y era necesario que salieran de ese lugar.
– Tienes razón, sabes qué –Emmanuel tomó por los brazos a su amada –mañana mismo ve a buscar una casa, la que más te guste para comprarla.
– ¡¿De verdad?!
– Si, en verdad.
– ¡Oh Emmanuel, cuán feliz me haces! –le dijo Carmen.
Emmanuel la besó tiernamente, pero comenzó a hacer más intenso ese beso, Carmen por su parte lo acariciaba, esa espalda, que aunque no musculosa, estaba ancha, Emmanuel comenzó a besarle el cuello y poco a poco le fue desabrochando la blusa, mientras Carmen le desabrochaba la camisa y le quitaba la corbata…
Al siguiente día Carmen salió con los niños a buscar su nueva casa, Emmanuel se despidió de ella temprano ya que de nueva cuenta tenía que viajar. Pero al estar buscando la casa de pronto sintió una extraña sensación, algo que le decía que volviera a la casa de su suegra.
– Casa de la familia Chavarría –contestó el teléfono Juanita, la sirvienta –señora buscan a algún familiar del señor Emmanuel, hablan de la cruz roja –le mencionó la noble sirvienta a Carmen quien en ese momento llegaba con los niños.
– Diga –contestó Carmen.
– Buscamos a los familiares del señor Emmanuel para que vengan a recoger las pertenencias del señor.
– Pero… por qué, ¡Qué pasó! –dijo una angustiada Carmen.
– El señor sufrió un accidente en la carretera Matehuala Monterrey y necesitamos que venga a dar algunos datos para el internamiento del señor.
– Claro que sí, voy para allá –dijo muy angustiada Carmen –Juanita, encárguese de los niños por favor y dígale lo que está ocurriendo a doña Eduviges, dígale que Emmanuel está hospitalizado en la cruz roja.
– Sí señora, no se preocupe, pero vaya, y que Dios proteja al señor Emmanuel.
Veinte minutos después Carmen llegaba al hospital, preguntó por Emmanuel en la recepción y un médico llegó rápidamente.
– ¿Usted es familiar del señor Chavarría?
– Soy su esposa doctor, dígame, ¿cómo está mi marido?
– Lamento decirle que el señor tiene heridas múltiples y hemorragias internas, estamos haciendo todo lo posible por salvarlo pero no le puedo dar un diagnóstico favorable.
– ¡No doctor, no me diga eso! –comenzó a llorar la desdichada.
– La tendré al tanto, lo único que le puedo decir es que sea fuerte y esté preparada para lo peor.
– ¿Cómo está mi hijo?, ¡Exijo ver a mi hijo!, ¿Por qué lo trajeron a este hospital? –llegó alardeando doña Eduviges con sus hijas.
– Señora, cálmese, lo trajeron…
– ¡Tú no me vas a decir que hacer, estúpida! –interrumpió la señora.
– ¡Cálmate mamá, por favor!, no es necesario que te pongas así, te está viendo la gente –dijo Isabel.
– Señora, le voy a pedir que se calme ya que estamos en un hospital, si no lo hace, le pediré que se retire –dijo el doctor que en ese momento llegaba y sólo así logró que doña Eduviges se calmara un poco.
– Doctor, ¿cómo sigue mi hermano? –preguntó Adelaida.
– Sigue muy grave, pero ya logramos estabilizarlo y detener la hemorragia interna que tenía, aún así está en terapia intensiva, por lo que aún no podemos dar un dictamen.
– ¡Haga lo posible por salvarlo doctor! –dijo Carmen llorando.
Pasaron las horas, doña Eduviges se fue con Adelaida ya que estaba cansada, era de madrugada, así que Isabel se quedó con Carmen.
– Carmen… sé que no nos hemos portado bien, quiero decirte que cuentas conmigo, yo soy la que di las instrucciones a Juanita para que a tus hijos y a ti no te faltara comida.
– Gracias Isabel, yo lo sé, sé que tienes que obedecer a tu mamá, no te preocupes.
– ¿Crees que mi hermano salga bien de esto?
– No lo sé Isabel, sólo hay que rezar y confiar en Dios.
– ¿Cómo sigue doctor? –preguntó Carmen al instante en que vio al doctor.
– Acompáñeme señora –respondió el doctor y tomó del brazo a la esposa dejando a Isabel con cara que algo no estaba bien.
– Voy a dejar que lo vea por un momento, no hay nada que podamos hacer, tiene demasiadas heridas.
– Está bien doctor –dijo Carmen y sin saber de dónde, sacó las fuerzas suficientes para no llorar.
– Amor, estás aquí –dijo Emmanuel con una voz muy baja, casi inaudible.
– Si mi amor, cómo te iba a dejar –a Carmen le temblaban las piernas y poco faltó para que desfalleciera, pero siguió tomando fuerzas sin explicarse el origen.
– Cuida mucho a los niños.
– Por qué dices eso si los vamos a cuidar juntos, ya verás, te pondrás bien y en poco tiempo correremos de nuevo por el campo, como hace poco.
– Nunca fuiste buena para mentir –Carmen soltó el llanto.
– Te amo.
– Yo a ti, ahora déjame ir, siempre estaré con ustedes –dijo Emmanuel y entró en paro cardiaco, el doctor entró corriendo y sacó a Carmen quien comenzó a gritar.
– ¡QUÉ PASA CARMEN, QUÉ SUCEDE! –gritó Isabel al ver el rostro desencajado de Carmen y las lágrimas profusas que recorrían su cara, Carmen sólo pudo mover la cabeza de manera negativa.
– ¡ESTÁ MUERTO! –gritó Carmen con tanta fuerza, que en ese momento se desmayó.
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