lunes, 30 de julio de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 13. La matriarca

Gertrudis era la matriarca de la familia, una mujer que toda su vida había luchado por sacar adelante a sus hijas, aunque estaba chapada a la antigua, tenía sus reglas, sin embargo era cariñosa con sus hijos, comprensiva y dispuesta a todo por ellos, había jurado guardar un secreto que años atrás había hecho que el honor de la familia se rompiera y al sentirse culpable de ello, aceptó la imposición de don Julio y calló por amor a sus hijos.

Había visto crecer a los pequeños Alejandro y Natalia, habían vivido con ella varios años mientras Carmen encontraba establecerse en San Luis junto con Emmanuel, sin embargo, pronto su hija regresó por ellos. Había sufrido con ellos por la muerte de su papá, además por todas las penurias que su hija pasaba, y de la cual se sentía un poco culpable, en su afán de ver en su hija la libertad que ella no tuvo, lo que le había ocurrido a su hija todos estos años.

En su afán porque esto no se repitiera, había hecho que su otra hija, Marcela, no tuviera novio, o al menos no tan joven, la había condenado a la amargura, aún así a Marcela no lo permitió, ella era más liberal y era común las peleas entre ellas. Su amor ahora lo repartía entre sus hijos y sus nietos, a quienes tenía en la casona que con tantos esfuerzos habían comprado, y siempre con la venta de tamales que poco a poco habían ganado renombre. Lamentablemente, tantas impresiones en estos años habían hecho mella en el corazón de la mujer.

– ¡Hijo, Juan José, ya llegaste! –llegó gritando doña Gertrudis a la casona, al enterarse de lo ocurrido a Alejandro, corrió con su hijo menor para ver cómo podían solucionar el problema.
– ¿Qué pasa güelita? –salió Luciana al encuentro.
– Tu tío hija, ¿está tu tío?
– ¿Qué pasa mamá?, estaba dormido, ¿por qué gritas, qué ocurrió?
– Se llevaron a Alejandro, una patrulla, ay hijo.
– ¡Qué estás diciendo!
– ¡Ve con Carmen, se fue a la delegación! Llévate el dinero de la quinceañera, para ver en qué la podemos ayudar.
– Si mamá, voy por él –dijo Juan José y subió a la recámara.
– Tráeme un vaso con agua hija –le pidió la señora a la pequeña Luciana.
Luciana fue a la cocina por el agua, pero al regresar encontró a la abuela tirada en el piso, desmayada.
– ¡GÜELITA! ¡Qué tiene güelita! ¡Tío, corra, tío, güelita se desmayó! –gritó la niña a su tío.
– ¡Mamá, qué tienes, mamá contestame! –gritó Juan José al encontrar a su mamá inconsciente en el piso –¡rápido, ve por Marcela al local y dile que venga rápido niña!
Luciana salió de la casa corriendo, Gerardo iba por la calle y chocó con ella.
– Wow, wow, wow, espera.
– Mi güelita, se desmayó –dijo llorando Luciana y siguió corriendo, Gerardo corrió hacia la casa de los Rivera y entró.
– ¿Qué pasa Juanjo?
– Rápido, ayúdame a llevarla a un hospital, sufrió un paro cardiaco y necesito llevarla –exclamó Juan José, entre los dos tomaron a la señora y la levantaron, la condujeron hasta la salida, en eso iba llegando Natalia.
–¡Qué pasó, güelita! –gritó la jovencita.
–¡Rápido Natalia, detén el taxi y dile que nos lleve al hospital general!

Y así, doña Gertrudis era internada en el hospital, la fuerte impresión de lo que le pasó a Alejandro había terminado por provocarle un paro cardiaco, consecuencia de años de impresiones, aunque su salud se había visto mermada en estos últimos años desde que había fallecido don Julio.
Carmen llegó a la casona, donde ya estaba a punto de irse Marcela.
– ¡Tonta, por qué no te llevaste el celular! –dijo la hermana menor, tenía un aspecto pálido.
– ¡Por las prisas!, ¿qué te pasa, por qué estás así?
– ¡Mamá se puso mala, se la llevaron al hospital!
– ¿QUÉ?, ¡Ay Dios mío!
– Si,  la noticia de éste –señaló a Alejandro –la impresionó mucho y ya ves que no ha estado muy bien, se la llevaron al hospital general.
– ¡Vámonos!, quédate con los niños Alejandro, vamos a ver a tu abuela –dijo Carmen asustada, dejando al pobre niño acongojado, las palabras de su tía le habían pegado profundo, así que se sentía culpable. Las hermanas tomaron un taxi y se fueron al hospital general.
– ¡Mi güelita se va a morir! –dijo Juan Antonio, pero pronto fue calmado por Alejandro y Luciana.
– No le va a pasar nada, solo fue un desmayo, ya verás ahorita la traen –pronunció Luciana, mientras Alejandro corría a su recámara a llorar «Es mi culpa, si algo le pasa, será mi culpa, yo la maté» pensaba Alejandro.

Las hermanas Rivera llegaron al hospital, estaban muy preocupadas, al ver a Juan José corrieron a su encuentro. Gerardo ya se había ido y le había pedido a Juan José que lo mantuviera informado, le dejó su número a Natalia.
– ¿Cómo está mamá?
– No lo sé Carmen, la metieron a urgencias y están tratando de reanimarla.
– ¡Todo por culpa de Alejandro!
– ¡Cállate Marcela, lo de Alejandro fue una confusión!
– Mmm, a mí nadie me saca de la cabeza que ese cabezón si tuvo algo que ver en el robo a la farmacia.
– ¡Ya Marcela por favor, no es tiempo de estar hablando así!, mejor vamos a esperar a ver que dice el doctor acerca del estado de mamá.
– Ya tía, vengase, vamos a sentarnos, estamos todos nerviosos y no sabemos lo que decimos –dijo Natalia mientras se llevaba a  Marcela a la sala de espera.

Pasaron dos horas con la zozobra de saber el estado de la matriarca de la familia, hasta que salió el doctor de urgencias.
– ¡Doctor, cómo está mi mamá! –dijo Juan José al reconocer al doctor, las otras dos hermanas se acercaron también.
– Está bien, logramos estabilizarla, todo parece indicar que sufrió un paro cardiaco, pero logramos reanimarla, ahora está en terapia intensiva, la trajeron a tiempo y se repondrá.
– ¡Gracias a Dios! ¿La podemos ver? –preguntó Carmen.
– Por el momento no, como le repito, en terapia intensiva no permiten las visitas, yo le recomiendo que se tranquilicen, ella ya está mejor, solo es cuestión de ver su evolución en las próximas cuarenta y ocho horas.
– Está bien doctor, muchas gracias.
– Ya ves, todo estará bien –le dijo Carmen a Marcela y ésta por fin soltó en llanto.
– Ya, ya no llores, ahora hay que ver quién de nosotros se quedará en la noche para estar al pendiente de ella –mencionó Juan José.
– Yo me quedaré, Natalia puede cuidar a los niños, tú tienes que ir a trabajar y Marcela se puede hacer cargo del local con Luciana y Alejandro –respondió Carmen.
– Me parece buena idea, y mejor vámonos, al cabo nadie la puede ver, ¿traes el celular?
– Si Juanjo, váyanse a la casa, para que vean cómo están los niños.
– Está bien mamá, vamos tía –dijo Natalia y tomó a Marcela, dejando a  Carmen en la sala de espera.

Carmen apenas pudo dormitar un poco en la noche, estaba acongojada por todo lo que había ocurrido el día anterior, había acudido a la capilla del hospital para orar por doña Gertrudis. Preguntó a una de las enfermeras de turno cuál era el estado de su mamá. «Está bien señora, no se preocupe, mañana probablemente la bajen a piso y ya la podrá ver» le mencionó la enfermera calmando a la pobre mujer. Dieron las siete de la mañana y llegó Marcela a la sala.
– Ya vine, ya te puedes regresar a la casa para que te bañes, duermas un poco y comas algo.
– ¿Y los niños, y el negocio?
– El negocio se lo dejé encargado a Natalia y a Alejandro, Luciana se quedó con Antonio y Romeo y Juanjo se fue a trabajar.
– Está bien, voy y duermo un rato y apenas despierte me regreso.
– No te preocupes por mamá, mejor preocúpate por los niños, ellos han estado preguntando por su abuela y solo les he dicho que está bien.
– Una enfermera me comentó que si todo sigue igual, el día de hoy la bajan a piso y ya la podemos ver.
– Dios quiera y así sea, ándale ya vete –le ordenó la menor de los Rivera y se abrazaron, Carmen se fue a casa.
– ¡Cómo está güelita! –preguntaron los niños casi al unísono al ver llegar a Carmen a casa.
– Está bien hijos, está bien, sólo fue un dolorcito que le dio en el corazón.
– A mi me asustó mucho mamá –dijo Luciana y comenzó a llorar.
– No te preocupes Luciana, todo va a estar bien, los doctores ya me dijeron que está mejorando. Ahora lo que quiero es recostarme para dormir un poco e irme de nuevo al hospital.
– Está bien mamá
– ¿Ya desayunaron?
– Si mamá, tía Marcela nos dio muy temprano, bueno, les dejó a Antonio y a Romeo. Natalia y Alejandro se fueron al local.
– Muy bien, voy a tratar de dormir un poco –dijo Carmen y se fue a su recámara.

Pasaron dos horas y Carmen despertó, tomó una ducha y se fue a ver a Natalia y a Alejandro al local, no sin antes darles de comer a los niños.
– ¡Mamá! ¿cómo está güelita? –dijo Natalia apenas vio a Carmen llegar al local de tamales.
– Bien hijos, está bien, solo vine a ver cómo iba la venta.
– Bien mamá, un poco lenta pero recuerda que es fin de mes.
– Pues si está bajo el día cierren y váyanse a la casa, para que cuiden a sus hermanos.
– Si mamá.
– Y bueno, ya me voy al hospital, de rato llega tu tía Marcela así que sería bueno que hicieras de cenar, ya está la comida hecha –indicó Carmen a la hija mayor, en todo este rato, Alejandro había permanecido en silencio, solo viendo a su mamá y con los ojos humedecidos.
– Mamá, hay algo que te quiero decir.
– Ya me lo dirás después Alejandro, ahora me tengo que ir al hospital –dijo Carmen sin ponerle mucha atención a su hijo.

– Que bueno que llegaste hermana, mamá ya despertó, ya la bajaron a piso y pide hablar contigo, ahora está Erika con ella, la pobre vino apenas supo lo ocurrido.
– Si me dijeron los muchachos antes de venirme, que hoy fue a preguntar y dijo que vendría al hospital.
– A veces me sorprende el cariño que le tienen a mamá sus vecinas, la quieren tanto.
– Si, mira ahí viene – dijo Carmen señalando a una vecina de toda la vida de doña Gertrudis, la cual saludó a la mujer y les comentó que la matriarca preguntaba por la hija mayor.
– Deja subo a ver cómo sigue, muchas gracias Erika por venir a ver a mamá.
– No tienes que agradecer nada, aún recuerdo cuando ella nos ayudó tanto con mamá.

– Hija… gracias a Dios estás aquí –susurró la señora al ver llegar a su hija.
– Ya estoy aquí mamá, ¿cómo se siente?
– Bien, un poco cansada pero bien… hija, sé que los asusté mucho y les pido perdón, no quería acongojarlas con esto.
– Entonces ya se venía sintiendo mal verdad, ¿por qué no nos dijo nada?
– Porque estaba muy feliz con la quinceañera de Natalia, que no le di importancia.
– Ay mamá, y ya ve, ahora con lo que le pasó hemos gastado todo el dinero que teníamos ahorrado en su internamiento.
– ¡No hija, por qué hicieron eso!
– Cálmese mamá, no tiene importancia, primero está su salud, ya después veremos lo de la quinceañera, ahora lo importante es que se recupere pronto y podamos llevárnosla a la casa.
– Ay hija, me voy a sentir culpable por no hacerle la fiesta a la niña.
– Le digo que no se preocupe, si no le va a hacer daño.
– Hija, hay otra cosa de la que quiero hablar contigo.
– Dígame mamá.
– Apenas desperté, un gran temor se apoderó de mí, nunca me he arrepentido de la decisión que tu padre y yo tomamos, pero ahora siento que es necesario que…
– No mamá, ya sé que es lo que quiere decirme y no lo voy a hacer –la interrumpió abruptamente Carmen, su cara se llenó de terror.
– Pero hija…
– No mamá, este es un secreto que las tres hemos jurado guardar… no me pida ahora que se lo confesemos.
– ¡Hija, es necesario que Juan José sepa la verdad sobre su origen! –exclamó doña Gertrudis.

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