Monterrey, México. Capítulo 2. Aristeo y su engaño.
Habían pasado ya dos meses desde que Carmen y Aristeo se habían establecido en Monterrey, la pareja era feliz, adecuándose a todos los cambios que ocurrían día a día, de pronto un día Carmen sintió un fuerte mareo y rápidamente se dio cuenta que estaba embarazada.
– Amor, hay algo que te tengo que decir.
– ¿Qué pasó?
– Creo que la cigüeña atendió nuestra carta –dijo nerviosamente la joven.
– ¡En serio! – gritó Aristeo y se la abalanzó, la cargó y le dio un beso –¿cuánto tienes?
– Tres meses, en la mañana recogí los resultados, y bueno, ya tu mamá y la mía lo saben.
– No sabes lo feliz que me haces –dijo y la abrazó de nuevo.
Pasaron los meses, la pareja vivía una historia de ensueño, su felicidad era plena, llegó la hora de dar a luz. Doña Gertrudis había viajado a Monterrey el último mes para estar al pendiente de su hija.
– Mira, es tu hija –dijo doña Gertrudis a su hija y le mostró a la pequeña.
– ¿Y cómo le pondremos?
– Se llamara Natalia, como mi mamá – dijo Aristeo.
– Ay qué bueno hijo, porque mi nombre está muy feo, a mí nunca me ha gustado –dijo su suegra y soltaron una carcajada.
– Ay ay ay – se quejó Carmen.
– No te rías, te vas a lastimar.
Pasaron los días, Carmen se instaló en su casa, ahora Natalia ocupaba gran parte de su tiempo. Pero ella era feliz, amaba a su esposo y ahora tenía una razón más de su felicidad.
– Amor, te presentó a Karen, Edgar, Alejandra y Jacobo; querían ver a la niña y los traje, espero que no te moleste.
– No claro que no, adelante –dijo Carmen, los compañeros de trabajo de Aristeo se adentraron en la casa y Carmen tomó del brazo a su esposo – me hubieras dicho para al menos ofrecerles algo de cenar.
– No pasa nada, además ya están aquí, al rato mandamos a traer de cenar.
– Deberías ver a Aristeo en la oficina, no hace otra cosa que hablar de la niña –dijo Karen, una mujer de mediana estatura, guapa, de ojos rasgados, cabello negro.
– ¿De verdad?, bueno es que es el primero, qué padre no está emocionado con algo así.
– En eso tienes razón, bueno, fue un gusto conocer al niño, y ojala puedan venir pronto a alguna de las reuniones que tenemos, ya que por tu embarazo no podríamos desvelarte.
– Claro que sí, cuando me inviten ahí estaremos.
Pasaron los días, los meses, y pronto Carmen le daba de nueva cuenta la noticia a Aristeo que por segunda ocasión la familia crecería.
– ¿Tan pronto?, pensé que te estabas cuidando – dijo Aristeo, Carmen se sorprendió ante la reacción de su esposo.
– Creo que eso aplica para los dos ¿no crees?
– Bueno ya, si me alegra, no creas que estoy disgustado, simplemente es cuestión de haber esperado un poco más, solo digo que fue muy pronto, pero ven –dijo Aristeo y abrazó a su esposa.
Esa noche Carmen se sintió extrañada, no esperaba esa reacción de su amado Aristeo, daba vueltas en la cama tratando de encontrar una explicación, hasta hace poco Aristeo estaba feliz de poder agrandar la familia y de pronto cambió su actitud «¿será lo que estoy pensando?, no, no lo creo, Ay Dios quítame estos pensamientos».
Pasaron los meses, once para ser exactos y Alejandro nacía en el seno de una familia que había cambiado mucho, ya no había el amor que hasta hace poco se profesaban Carmen y Aristeo, éste había cambiado en demasía los últimos meses, llegaba tarde, le disgustaba todo, hasta el llanto de Natalia.
– Hija, no quiero ser entrometida ni nada por el estilo, pero… ¿Acaso Aristeo y tú tienen problemas? –preguntó doña Gertrudis que por segunda ocasión visitaba a su hija para ayudarle con el cuidado de Natalia y su embarazo.
– Ay mamá, a ti no te puedo mentir, últimamente Aristeo ha cambiado mucho, y presiento que está viendo a otra mujer.
– ¡No digas eso Hija!, ¿cómo puedes creer que Aristeo haga eso si es un buen hombre?
– No lo sé mamá, ya no reconozco a mi marido.
Carmen no se equivocaba, en la vida de Aristeo se había interpuesto otra mujer, Karen, la amiga de la oficina, con el paso del tiempo, ella había logrado que Aristeo se fijara en ella y ahora eran amantes.
– Déjala Aristeo, ¿cómo me puedes estar con alguien por la que ya no sientes nada?
– Le tengo un gran cariño, además es la madre de mis hijos.
– ¿Y? yo te amo, y sé que no podremos estar juntos hasta que ella se vaya de nuestra vida.
– ¡No, entiende, no voy a descuidar a mis hijos!
Aún y cuando Aristeo ya no sentía amor por Carmen, el amor por sus hijos era muy fuerte y no podría dejarlos.
– Tenemos que hablar –dijo Carmen semanas después, los días se habían vuelto un caos, peleaban por cualquier cosa, incluso mientras Carmen dormía en la recámara principal, Aristeo lo hacía en el sofá; la amargura se respiraba, sin embargo, Aristeo se procuraba darle tiempo a Natalia y al pequeño Alejandro.
– Si, de qué quieres hablar.
– De nosotros, y lo que está pasando, sé que ya no me quieres y sé que existe alguien más.
– ¿Por qué dices eso, alguien más?
– ¡Por favor Aristeo, no mientas, te vieron, crees que tus amigos no me han venido a decir lo que pasa en la oficina con Karen!, crees que ellos son como tú, ¡infiel!
– ¡Cálmate que vas a despertar a los niños! –lo dijo para calmar un poco a Carmen quién estaba fúrica.
– No Aristeo, te lo voy a decir sólo una vez, quiero el divorcio, me voy de la casa con los niños.
– Ah no, ¡a los niños no te los llevaras!
– Claro que si, son nuestros hijos, pero yo soy su madre y cualquier juez me dará la razón.
– Te prometo que si te llevas a mis hijos, te haré la vida imposible.
– Aristeo, por favor –Carmen lloraba profusamente –no te estoy diciendo que te los voy a quitar, tú siempre serás su padre y siempre estarás a su lado, pero tú y yo no podemos seguir juntos.
– Pero… son mis hijos, que no lo entiendes no los quiero fuera de mi vida –dijo Aristeo un poco más calmado, ya estaba sentado en el sofá de la sala, su rostro denotaba tristeza.
– Ari –Carmen se arrodilló y lo tomó de las manos –entiende que siempre estarás con ellos, pero no puedo permitir que les hagamos daño a ellos, todos los días peleamos, y seamos sinceros, ya no me quieres, tal vez debimos hacerle caso a nuestros padres cuando nos dijeron que estábamos muy jóvenes para casarnos.
– Tal vez tengas razón –Aristeo lloraba también –y siento que fallamos.
– No, simplemente debemos ser felices, aunque no sea juntos.
Comenzaron los trámites de divorcio, meses después Carmen regresaba a casa de sus padres, con dos niños, derrotada y con el alma y el corazón destrozados.
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