Guanajuato, México. Capítulo 9. El capítulo más triste
Carmen regresó a Guanajuato, habían enterrado a Aristeo en Monterrey a petición de la familia de él. Agradecidos con Carmen, le dieron parte de la herencia que les dejó Aristeo, además del dinero que le pertenecía a sus hijos legítimos, Natalia y Alejandro.
Marielva era la quinta hija de Carmen, ella al igual que el papá de Emmanuel, había nacido con un mal congénito que no había sido diagnosticado al nacer. Sin embargo, al ir creciendo Marcela y Gertrudis notaban que la niña se agitaba mucho, por lo que se lo hicieron saber a Carmen quien inmediatamente la llevó con un especialista.
– Bien señora Rivera, después de hacerle los estudios a la niña hemos encontrado un mal congénito en su corazón, cuando nació… ¿no le comentaron nada?
– No doctor, nada, y dígame… ¿eso es grave? –preguntó una angustiada Carmen quien era acompañada por Marcela.
– Tiene que ser fuerte señora, la niña está grave… si hubiéramos detectado la enfermedad antes…
– Que quiere decir doctor…
– Que su hija tiene poco tiempo.
Estas palabras pegaron en lo más profundo del corazón de Carmen y Marcela.
– No doctor, no doctor, esto no es posible –dijo Carmen quien comenzó a llorar y pronto fue abrazada por su hermana.
– Lamentablemente la enfermedad está muy avanzada, ya comenzó a presentar los síntomas y no hay nada que podamos hacer, más que un trasplante de corazón, pero su tipo de sangre es muy rara.
– ¡Está condenando a mi hija a la muerte! –gritó Carmen.
– Cálmese señora, lo que le digo es que el tiempo que le quede a la niña hay que hacerlo de la mejor calidad, que viva feliz lo que resta.
– ¿¡Morirá pronto!? –interrumpió Marcela.
– No lo sabemos, esta enfermedad la irá deteriorando, lo que podemos hacer es aminorar el dolor y con el medicamento alargar sólo un poco su vida –contestó el doctor dejando a Carmen con el alma destrozada.
Ese día Carmen trató de contarle lo ocurrido a sus papás, y es que el dolor era tanto que no paraba de llorar, afortunadamente los niños no se dieron cuenta, al final Marcela tuvo que decírselos dejando a los Rivera igual o más acongojados que Carmen.
Marielva era muy apegada a Juan José y a Marcela, los quería casi como a su mamá, era muy graciosa y siempre estaba inventando juegos para compartirlos con sus hermanos. Sin embargo la enfermedad poco a poco iba haciendo estragos en la niña.
– Mamita, no me siento bien –le repetía constantemente la niña a Carmen, había días en los que no podía levantarse ya que se agitaba con facilidad.
– Lo sé mijita, pero es porque ayer jugaste mucho y sabes que no puedes hacerlo.
– Pero yo quiero jugar con mis hermanos, con los demás niños de la cuadra.
– Pues sí, pero… ya verás, pronto te recuperarás y saldrás a jugar de nueva cuenta con ellos –decía Carmen para tranquilizar a la niña.
El tiempo transcurría y se acababa para la pequeña Marielva, todos tenían que trabajar, tanto don Julio como doña Gertrudis, así como Marcela y Carmen, el poco dinero que había dejado Aristeo fue lapidado por los costosos medicamentos para Marielva, sin embargo, la niña se deterioraba cada día más, hasta que llegó trágico día. Carmen acompañó a su mamá a dejar las cosas al mercado donde trabajaban, por lo que dejó a Juan José al cuidado de la pequeña, los demás niños también se encontraban en la casa. De pronto la niña comenzó a agitarse mucho, y Juan José le pidió que a Natalia que corriera lo antes posible a avisarle a Carmen al mercado que en realidad estaba cerca de la casa.
– Marielva, Dios mío, no me asustes –decía Juan José muy nervioso y tratando de controlar a la niña.
– Tío… mañana es día de las madres… yo creo que no podré comprarle su ramo a mi mamá… yo quería verle su carita risueña cuando se las entregara… pero… tú me contarás ¿verdad?
– Si Marielva, si, pero ya por favor, no hables, te agitas más.
– A güelita… cómprale un ramito… aunque sea chiquito… güelita sabrá perdonarme.
– No te aflijas manita, no tienes nada –le dijo Luciana quien también estaba ahí.
– Le dan muchos besos… todos los que yo quisiera darle –de pronto Marielva se desmayó.
– ¡MAMÁ!, ¡CARMEN! –gritó Juan José mientras corría hacia la puerta de la casa –¡Marielva!
Carmen llegó corriendo acompañada de doña Gertrudis, rápidamente tomaron a la niña y se la llevaron al hospital, el doctor la revisó y sólo comentó: «Ha llegado la hora señora, no hay más que podamos hacer, yo le recomiendo que se la lleve a casa para que pase sus últimos momentos con su familia». Carmen no entendía la frialdad del doctor, sin embargo aceptó la recomendación del galeno y se llevó a la pequeña niña a su casa.
– Mamita… sé que me voy a morir –dijo la niña resignada, ya en casa, los demás niños fueron llevados con un familiar de los Rivera, y en la casa solo se encontraban los señores Rivera, Marcela y Natalia, la hija mayor.
– Hija, no digas eso, ya pasará pronto y jugaremos como siempre.
– Extraño a mi papá… pero sabes… ayer vino a verme y me dijo… que me llevará a jugar con él al parque.
– Está bien hija –dijo Carmen, pensando que la niña deliraba.
– No te olvides Natalia… dile a Juan José… que le de las flores a mi mamá… y también a mi güelita.
– ¡Qué tienes Marielva, no me asustes! – decía muy asustada Natalia.
– No te apures… si me voy… lo haré sin ruido… tú no llores… te ves muy fea… ahí está mi papá… ha venido por mi… para ir al parque –dijo la niña y de pronto cerró los ojos.
– ¡Marielva!, ¡despierta mijita! ¡MARIELVA!
No hay comentarios:
Publicar un comentario