domingo, 29 de julio de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 12. Inocencia culpable.

– Buenas oficial.
– No soy oficial, soy comandante del ministerio público señora.
– Discúlpeme usted –dijo Carmen asustada –vengo a buscar a un niño que trajeron por robo.
– A ver, déjeme ver… a sí, ahorita está rindiendo su declaración.
– Pero ¿por qué?, ¿qué hizo?
– Es acusado por la señora Serna, al parecer le robo en la farmacia que tiene, o eso es lo que está declarando la señora.
– ¿Y lo podemos ver?
– ¿Quién es usted?
– Su mamá –al decir esto, el señor hizo una cara de desaprobación.
– Ahorita no lo puede ver, no le digo que está rindiendo su declaración.
– Pero es un niño, cómo le pueden estar haciendo eso.
– Está bien, está bien, pásele por acá –dijo el comandante con enfado y la metió a las oficinas.
– Espérame aquí y llama a Juan José hija, que traiga el dinero que tenemos para ver si lo podemos sacar.
– Pero… es el dinero de la quinceañera  –dijo Natalia con cierto tono de desagrado.
– Tú háblale y dígale eso –Carmen se metió a las oficinas.

– ¡MAMÁ, YO NO HICE NADA, TE LO JURO! –gritó Alejandro apenas vio a su mamá y corrió a sus brazos.
– ¡Cálmate hijo!, yo sé que no hiciste nada, cálmate –le decía Carmen mientras abrazaba fuerte a su hijo. De pronto sintió que alguien la jalaba, era un policía.
– Quítese señora, el muchacho está siendo interrogado.
– Pero, por qué, dejen a mi hijo.
– ¡Ya!, déjenla con la señora, a fin de cuentas no ha dicho otra cosa más que lo mismo desde que llegó, que él no ha hecho nada –dijo el comandante.

La situación de Alejandro era complicada, era señalado por la dueña de la farmacia como el autor del robo, sin embargo, no lo reconocía como quien le había robado.
– A ver señora, y si usted dice que el niño fue el que le robo, ¿dónde está el monto de lo robado?... porque en la escena no vimos ningún dinero, ya revisamos al chamaco y tampoco trae el dinero.
– Bueno, pos’ no sé, pero él fue el que me robo –insistía la señora.
– ¿Dice que la amagó con una pistola?, ¿dónde está?... tampoco la recogimos de la escena y mis muchachos me dicen que no encontraron nada a los alrededores.
– De seguro la de haber tirado en un basurero.
– Venga con nosotros para que identifique plenamente al muchacho –dijo el comandante y se llevó a la señora al cuarto de identificación, mientras, Alejandro también era llevado ahí.
– Bien, puede decirnos cuál de los jóvenes es el que supuestamente la robó.
– No, pos’ aquí no está, ninguno de ellos es.
– ¿Está segura?
– Si oficial, el que me robó es uno al que le dicen el Edgar, pero… espere… el número tres, ese también iba corriendo cuando salí pidiendo ayuda, aunque no… es hijo de buena familia, lo conozco de años.
– ¿Entonces de los que están ahí, ninguno es el que le robó?
– No, puede que me haya equivocado con el chamaquito, conociéndolo a lo mejor trataba de ayudarme, ay no lo sé.
– Acompáñeme señora– dijo el comandante con enfado.

La angustia de Carmen era cada vez mayor, ¿cómo era posible que su hijo Alejandro se haya convertido en un delincuente? «debe haber una equivocación, esto tiene que ser así, mi hijo no puede ser un malandro, y Natalia que no llega y con las prisas no me traje el celular» pensaba la pobre mujer.
Treinta minutos después salió el niño hacia donde se encontraba su mamá.
– Muy bien señora, ya se puede llevar al niño. La señora no lo reconoció como autor del atraco, sin embargo, hay una queja por los daños ocasionados, ya que hizo destrozos en la fruta en la cual cayó y el dueño pide que se le pague.
– No importa, ¿cuánto es?
– Trescientos pesos.
– Está bien –Carmen estaba feliz, habían liberado a su hijo, aunque en realidad si era culpable, pero eso era algo que arreglarían posteriormente.
– ¡Te juro mamita que no hice nada! –decía Alejandro quien no paraba de llorar.
– Ya hijo, ya pasó, vámonos a casa porque tengo que ver porqué Natalia no regreso con  Juan José –respondió Carmen sin imaginarse el drama que se vivía en casa de los Rivera, a causa de la oveja negra…

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