lunes, 30 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 13. La matriarca
Gertrudis era la matriarca de la familia, una mujer que toda su vida había luchado por sacar adelante a sus hijas, aunque estaba chapada a la antigua, tenía sus reglas, sin embargo era cariñosa con sus hijos, comprensiva y dispuesta a todo por ellos, había jurado guardar un secreto que años atrás había hecho que el honor de la familia se rompiera y al sentirse culpable de ello, aceptó la imposición de don Julio y calló por amor a sus hijos.
Había visto crecer a los pequeños Alejandro y Natalia, habían vivido con ella varios años mientras Carmen encontraba establecerse en San Luis junto con Emmanuel, sin embargo, pronto su hija regresó por ellos. Había sufrido con ellos por la muerte de su papá, además por todas las penurias que su hija pasaba, y de la cual se sentía un poco culpable, en su afán de ver en su hija la libertad que ella no tuvo, lo que le había ocurrido a su hija todos estos años.
En su afán porque esto no se repitiera, había hecho que su otra hija, Marcela, no tuviera novio, o al menos no tan joven, la había condenado a la amargura, aún así a Marcela no lo permitió, ella era más liberal y era común las peleas entre ellas. Su amor ahora lo repartía entre sus hijos y sus nietos, a quienes tenía en la casona que con tantos esfuerzos habían comprado, y siempre con la venta de tamales que poco a poco habían ganado renombre. Lamentablemente, tantas impresiones en estos años habían hecho mella en el corazón de la mujer.
– ¡Hijo, Juan José, ya llegaste! –llegó gritando doña Gertrudis a la casona, al enterarse de lo ocurrido a Alejandro, corrió con su hijo menor para ver cómo podían solucionar el problema.
– ¿Qué pasa güelita? –salió Luciana al encuentro.
– Tu tío hija, ¿está tu tío?
– ¿Qué pasa mamá?, estaba dormido, ¿por qué gritas, qué ocurrió?
– Se llevaron a Alejandro, una patrulla, ay hijo.
– ¡Qué estás diciendo!
– ¡Ve con Carmen, se fue a la delegación! Llévate el dinero de la quinceañera, para ver en qué la podemos ayudar.
– Si mamá, voy por él –dijo Juan José y subió a la recámara.
– Tráeme un vaso con agua hija –le pidió la señora a la pequeña Luciana.
Luciana fue a la cocina por el agua, pero al regresar encontró a la abuela tirada en el piso, desmayada.
– ¡GÜELITA! ¡Qué tiene güelita! ¡Tío, corra, tío, güelita se desmayó! –gritó la niña a su tío.
– ¡Mamá, qué tienes, mamá contestame! –gritó Juan José al encontrar a su mamá inconsciente en el piso –¡rápido, ve por Marcela al local y dile que venga rápido niña!
Luciana salió de la casa corriendo, Gerardo iba por la calle y chocó con ella.
– Wow, wow, wow, espera.
– Mi güelita, se desmayó –dijo llorando Luciana y siguió corriendo, Gerardo corrió hacia la casa de los Rivera y entró.
– ¿Qué pasa Juanjo?
– Rápido, ayúdame a llevarla a un hospital, sufrió un paro cardiaco y necesito llevarla –exclamó Juan José, entre los dos tomaron a la señora y la levantaron, la condujeron hasta la salida, en eso iba llegando Natalia.
–¡Qué pasó, güelita! –gritó la jovencita.
–¡Rápido Natalia, detén el taxi y dile que nos lleve al hospital general!
Y así, doña Gertrudis era internada en el hospital, la fuerte impresión de lo que le pasó a Alejandro había terminado por provocarle un paro cardiaco, consecuencia de años de impresiones, aunque su salud se había visto mermada en estos últimos años desde que había fallecido don Julio.
Carmen llegó a la casona, donde ya estaba a punto de irse Marcela.
– ¡Tonta, por qué no te llevaste el celular! –dijo la hermana menor, tenía un aspecto pálido.
– ¡Por las prisas!, ¿qué te pasa, por qué estás así?
– ¡Mamá se puso mala, se la llevaron al hospital!
– ¿QUÉ?, ¡Ay Dios mío!
– Si, la noticia de éste –señaló a Alejandro –la impresionó mucho y ya ves que no ha estado muy bien, se la llevaron al hospital general.
– ¡Vámonos!, quédate con los niños Alejandro, vamos a ver a tu abuela –dijo Carmen asustada, dejando al pobre niño acongojado, las palabras de su tía le habían pegado profundo, así que se sentía culpable. Las hermanas tomaron un taxi y se fueron al hospital general.
– ¡Mi güelita se va a morir! –dijo Juan Antonio, pero pronto fue calmado por Alejandro y Luciana.
– No le va a pasar nada, solo fue un desmayo, ya verás ahorita la traen –pronunció Luciana, mientras Alejandro corría a su recámara a llorar «Es mi culpa, si algo le pasa, será mi culpa, yo la maté» pensaba Alejandro.
Las hermanas Rivera llegaron al hospital, estaban muy preocupadas, al ver a Juan José corrieron a su encuentro. Gerardo ya se había ido y le había pedido a Juan José que lo mantuviera informado, le dejó su número a Natalia.
– ¿Cómo está mamá?
– No lo sé Carmen, la metieron a urgencias y están tratando de reanimarla.
– ¡Todo por culpa de Alejandro!
– ¡Cállate Marcela, lo de Alejandro fue una confusión!
– Mmm, a mí nadie me saca de la cabeza que ese cabezón si tuvo algo que ver en el robo a la farmacia.
– ¡Ya Marcela por favor, no es tiempo de estar hablando así!, mejor vamos a esperar a ver que dice el doctor acerca del estado de mamá.
– Ya tía, vengase, vamos a sentarnos, estamos todos nerviosos y no sabemos lo que decimos –dijo Natalia mientras se llevaba a Marcela a la sala de espera.
Pasaron dos horas con la zozobra de saber el estado de la matriarca de la familia, hasta que salió el doctor de urgencias.
– ¡Doctor, cómo está mi mamá! –dijo Juan José al reconocer al doctor, las otras dos hermanas se acercaron también.
– Está bien, logramos estabilizarla, todo parece indicar que sufrió un paro cardiaco, pero logramos reanimarla, ahora está en terapia intensiva, la trajeron a tiempo y se repondrá.
– ¡Gracias a Dios! ¿La podemos ver? –preguntó Carmen.
– Por el momento no, como le repito, en terapia intensiva no permiten las visitas, yo le recomiendo que se tranquilicen, ella ya está mejor, solo es cuestión de ver su evolución en las próximas cuarenta y ocho horas.
– Está bien doctor, muchas gracias.
– Ya ves, todo estará bien –le dijo Carmen a Marcela y ésta por fin soltó en llanto.
– Ya, ya no llores, ahora hay que ver quién de nosotros se quedará en la noche para estar al pendiente de ella –mencionó Juan José.
– Yo me quedaré, Natalia puede cuidar a los niños, tú tienes que ir a trabajar y Marcela se puede hacer cargo del local con Luciana y Alejandro –respondió Carmen.
– Me parece buena idea, y mejor vámonos, al cabo nadie la puede ver, ¿traes el celular?
– Si Juanjo, váyanse a la casa, para que vean cómo están los niños.
– Está bien mamá, vamos tía –dijo Natalia y tomó a Marcela, dejando a Carmen en la sala de espera.
Carmen apenas pudo dormitar un poco en la noche, estaba acongojada por todo lo que había ocurrido el día anterior, había acudido a la capilla del hospital para orar por doña Gertrudis. Preguntó a una de las enfermeras de turno cuál era el estado de su mamá. «Está bien señora, no se preocupe, mañana probablemente la bajen a piso y ya la podrá ver» le mencionó la enfermera calmando a la pobre mujer. Dieron las siete de la mañana y llegó Marcela a la sala.
– Ya vine, ya te puedes regresar a la casa para que te bañes, duermas un poco y comas algo.
– ¿Y los niños, y el negocio?
– El negocio se lo dejé encargado a Natalia y a Alejandro, Luciana se quedó con Antonio y Romeo y Juanjo se fue a trabajar.
– Está bien, voy y duermo un rato y apenas despierte me regreso.
– No te preocupes por mamá, mejor preocúpate por los niños, ellos han estado preguntando por su abuela y solo les he dicho que está bien.
– Una enfermera me comentó que si todo sigue igual, el día de hoy la bajan a piso y ya la podemos ver.
– Dios quiera y así sea, ándale ya vete –le ordenó la menor de los Rivera y se abrazaron, Carmen se fue a casa.
– ¡Cómo está güelita! –preguntaron los niños casi al unísono al ver llegar a Carmen a casa.
– Está bien hijos, está bien, sólo fue un dolorcito que le dio en el corazón.
– A mi me asustó mucho mamá –dijo Luciana y comenzó a llorar.
– No te preocupes Luciana, todo va a estar bien, los doctores ya me dijeron que está mejorando. Ahora lo que quiero es recostarme para dormir un poco e irme de nuevo al hospital.
– Está bien mamá
– ¿Ya desayunaron?
– Si mamá, tía Marcela nos dio muy temprano, bueno, les dejó a Antonio y a Romeo. Natalia y Alejandro se fueron al local.
– Muy bien, voy a tratar de dormir un poco –dijo Carmen y se fue a su recámara.
Pasaron dos horas y Carmen despertó, tomó una ducha y se fue a ver a Natalia y a Alejandro al local, no sin antes darles de comer a los niños.
– ¡Mamá! ¿cómo está güelita? –dijo Natalia apenas vio a Carmen llegar al local de tamales.
– Bien hijos, está bien, solo vine a ver cómo iba la venta.
– Bien mamá, un poco lenta pero recuerda que es fin de mes.
– Pues si está bajo el día cierren y váyanse a la casa, para que cuiden a sus hermanos.
– Si mamá.
– Y bueno, ya me voy al hospital, de rato llega tu tía Marcela así que sería bueno que hicieras de cenar, ya está la comida hecha –indicó Carmen a la hija mayor, en todo este rato, Alejandro había permanecido en silencio, solo viendo a su mamá y con los ojos humedecidos.
– Mamá, hay algo que te quiero decir.
– Ya me lo dirás después Alejandro, ahora me tengo que ir al hospital –dijo Carmen sin ponerle mucha atención a su hijo.
– Que bueno que llegaste hermana, mamá ya despertó, ya la bajaron a piso y pide hablar contigo, ahora está Erika con ella, la pobre vino apenas supo lo ocurrido.
– Si me dijeron los muchachos antes de venirme, que hoy fue a preguntar y dijo que vendría al hospital.
– A veces me sorprende el cariño que le tienen a mamá sus vecinas, la quieren tanto.
– Si, mira ahí viene – dijo Carmen señalando a una vecina de toda la vida de doña Gertrudis, la cual saludó a la mujer y les comentó que la matriarca preguntaba por la hija mayor.
– Deja subo a ver cómo sigue, muchas gracias Erika por venir a ver a mamá.
– No tienes que agradecer nada, aún recuerdo cuando ella nos ayudó tanto con mamá.
– Hija… gracias a Dios estás aquí –susurró la señora al ver llegar a su hija.
– Ya estoy aquí mamá, ¿cómo se siente?
– Bien, un poco cansada pero bien… hija, sé que los asusté mucho y les pido perdón, no quería acongojarlas con esto.
– Entonces ya se venía sintiendo mal verdad, ¿por qué no nos dijo nada?
– Porque estaba muy feliz con la quinceañera de Natalia, que no le di importancia.
– Ay mamá, y ya ve, ahora con lo que le pasó hemos gastado todo el dinero que teníamos ahorrado en su internamiento.
– ¡No hija, por qué hicieron eso!
– Cálmese mamá, no tiene importancia, primero está su salud, ya después veremos lo de la quinceañera, ahora lo importante es que se recupere pronto y podamos llevárnosla a la casa.
– Ay hija, me voy a sentir culpable por no hacerle la fiesta a la niña.
– Le digo que no se preocupe, si no le va a hacer daño.
– Hija, hay otra cosa de la que quiero hablar contigo.
– Dígame mamá.
– Apenas desperté, un gran temor se apoderó de mí, nunca me he arrepentido de la decisión que tu padre y yo tomamos, pero ahora siento que es necesario que…
– No mamá, ya sé que es lo que quiere decirme y no lo voy a hacer –la interrumpió abruptamente Carmen, su cara se llenó de terror.
– Pero hija…
– No mamá, este es un secreto que las tres hemos jurado guardar… no me pida ahora que se lo confesemos.
– ¡Hija, es necesario que Juan José sepa la verdad sobre su origen! –exclamó doña Gertrudis.
domingo, 29 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 12. Inocencia culpable.
– Buenas oficial.
– No soy oficial, soy comandante del ministerio público señora.
– Discúlpeme usted –dijo Carmen asustada –vengo a buscar a un niño que trajeron por robo.
– A ver, déjeme ver… a sí, ahorita está rindiendo su declaración.
– Pero ¿por qué?, ¿qué hizo?
– Es acusado por la señora Serna, al parecer le robo en la farmacia que tiene, o eso es lo que está declarando la señora.
– ¿Y lo podemos ver?
– ¿Quién es usted?
– Su mamá –al decir esto, el señor hizo una cara de desaprobación.
– Ahorita no lo puede ver, no le digo que está rindiendo su declaración.
– Pero es un niño, cómo le pueden estar haciendo eso.
– Está bien, está bien, pásele por acá –dijo el comandante con enfado y la metió a las oficinas.
– Espérame aquí y llama a Juan José hija, que traiga el dinero que tenemos para ver si lo podemos sacar.
– Pero… es el dinero de la quinceañera –dijo Natalia con cierto tono de desagrado.
– Tú háblale y dígale eso –Carmen se metió a las oficinas.
– ¡MAMÁ, YO NO HICE NADA, TE LO JURO! –gritó Alejandro apenas vio a su mamá y corrió a sus brazos.
– ¡Cálmate hijo!, yo sé que no hiciste nada, cálmate –le decía Carmen mientras abrazaba fuerte a su hijo. De pronto sintió que alguien la jalaba, era un policía.
– Quítese señora, el muchacho está siendo interrogado.
– Pero, por qué, dejen a mi hijo.
– ¡Ya!, déjenla con la señora, a fin de cuentas no ha dicho otra cosa más que lo mismo desde que llegó, que él no ha hecho nada –dijo el comandante.
La situación de Alejandro era complicada, era señalado por la dueña de la farmacia como el autor del robo, sin embargo, no lo reconocía como quien le había robado.
– A ver señora, y si usted dice que el niño fue el que le robo, ¿dónde está el monto de lo robado?... porque en la escena no vimos ningún dinero, ya revisamos al chamaco y tampoco trae el dinero.
– Bueno, pos’ no sé, pero él fue el que me robo –insistía la señora.
– ¿Dice que la amagó con una pistola?, ¿dónde está?... tampoco la recogimos de la escena y mis muchachos me dicen que no encontraron nada a los alrededores.
– De seguro la de haber tirado en un basurero.
– Venga con nosotros para que identifique plenamente al muchacho –dijo el comandante y se llevó a la señora al cuarto de identificación, mientras, Alejandro también era llevado ahí.
– Bien, puede decirnos cuál de los jóvenes es el que supuestamente la robó.
– No, pos’ aquí no está, ninguno de ellos es.
– ¿Está segura?
– Si oficial, el que me robó es uno al que le dicen el Edgar, pero… espere… el número tres, ese también iba corriendo cuando salí pidiendo ayuda, aunque no… es hijo de buena familia, lo conozco de años.
– ¿Entonces de los que están ahí, ninguno es el que le robó?
– No, puede que me haya equivocado con el chamaquito, conociéndolo a lo mejor trataba de ayudarme, ay no lo sé.
– Acompáñeme señora– dijo el comandante con enfado.
La angustia de Carmen era cada vez mayor, ¿cómo era posible que su hijo Alejandro se haya convertido en un delincuente? «debe haber una equivocación, esto tiene que ser así, mi hijo no puede ser un malandro, y Natalia que no llega y con las prisas no me traje el celular» pensaba la pobre mujer.
Treinta minutos después salió el niño hacia donde se encontraba su mamá.
– Muy bien señora, ya se puede llevar al niño. La señora no lo reconoció como autor del atraco, sin embargo, hay una queja por los daños ocasionados, ya que hizo destrozos en la fruta en la cual cayó y el dueño pide que se le pague.
– No importa, ¿cuánto es?
– Trescientos pesos.
– Está bien –Carmen estaba feliz, habían liberado a su hijo, aunque en realidad si era culpable, pero eso era algo que arreglarían posteriormente.
– ¡Te juro mamita que no hice nada! –decía Alejandro quien no paraba de llorar.
– Ya hijo, ya pasó, vámonos a casa porque tengo que ver porqué Natalia no regreso con Juan José –respondió Carmen sin imaginarse el drama que se vivía en casa de los Rivera, a causa de la oveja negra…
viernes, 27 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 11. La oveja negra.
Alejandro era el segundo hijo de Aristeo, si bien era un chico calmado, la muerte de su padre lo había marcado para siempre, y aunque en su abuelo don Julio y su tío Juan José veía la figura paterna, estos no eran suficientes, y más cuando faltó don Julio, por lo que Alejandro se volvió más retraído y renegado.
El era dos años menor que Natalia, y también ayudaba a doña Gertrudis en el negocio de los tamales. Sin embargo poco a poco se fue haciendo amigo de malas compañías.
– ¿A dónde vas? –preguntó doña Gertrudis al ver que Alejandro se salía del establecimiento.
– Ahorita vengo güelita.
– No, cual ahorita vengo, te regresas.
– Ay abuela, no ponga gorro, ahora vengo.
– ¡Alejandro!, ven para acá inmediatamente –gritó Carmen al ver la forma en que le contestaba a su mamá
– Qué pasó –contestó el adolecente enfadado.
– Te metes ahorita mismo a la cocina y para la próxima que te oiga contestarle así a tu abuela te voy a voltear la cara de la cachetada que te daré.
– Está bien mamá, perdón güela –dijo el adolecente con desparpajo.
– Ay mijo, pos’ yo no sé pa’ onde’ va todos los días, de seguro a juntarse con el Edgar verdad.
– No güelita, namas voy aquí a la esquina a jugar un rato.
– Pues no me gusta que te juntes con ese muchachito, no es buena influencia para ti, ni siquiera terminó la secundaria, mira, la dejó en primer año.
Edgar era un muchacho que vivía en la colonia pero sus papás nunca le ponían atención, así que se había salido de la secundaria y lo único que hacía era vagabundear, aunque algunos decían que ya había robado varias veces a señoras a la salida del mercado, o esos eran los rumores. Alejandro había sentido simpatía con el muchachito, pero al mismo tiempo le empezaba a enseñar malos hábitos, como el fumar.
– Ándale güey no te hagas, fúmale así, si no se te va a salir por la nariz.
– No puedo –decía Alejandro mientras tosía por el humo del cigarro.
– Tas’ bien güey.
Alejandro quería enormemente a Natalia, a fin de cuentas eran hermanos de ambos padres, ellos lo sabían y por eso su relación era más estrecha que con los demás, él no tenía dinero, y el poco que ganaba lo estaba guardando para comprarle un regalo a su querida hermana. Sin embargo el regalo que quería darle, un collar de oro, era lo suficientemente caro para el poco dinero que había reunido, por lo que estaba preocupado.
– Pues mira güey, hay una forma en la que puedes tener muuucho dinero –le dijo Edgar una vez que escuchó el problema que Alejandro tenía.
– Tas’ pendejo, yo no voy a robar, eso no está bien.
– Pues allá tú, pero la quinceañera se acerca y si no le regalas nada a tu hermana te vas a ver mal –dijo Edgar con la única intención de hacer cómplice de sus fechorías al pobre chiquillo.
– No, eso no está bien, ¿y si nos atrapan?, ¿y si nos meten a la cárcel?, no, qué va a hacer mi mamacita.
– No nos va a pasar nada, piénsalo güey y mañana me dices.
Pasó el día, Alejandro se mostró extraño, en la hora de la cena casi no comió bocado.
– Alex, no comiste nada –le dijo Luciana.
– No tenía hambre.
– ¿Te pasa algo?
– Nada Any –así le decía de cariño.
Esa noche casi no pudo dormir, por un lado, el sentimiento de querer comprarle a su hermana un hermoso regalo, por el otro, la moral que lo atormentaba al saber que si aceptaba cometer el robo, iba a hacer algo malo «¿qué hago, qué hago?» pensaba hasta que el sueño terminó por vencerlo y durmió.
–Está bien güey te voy a ayudar con el robo, pero prométeme que no nos pasará nada –le dijo Alejandro al siguiente día, se había despertado con esa determinación y había ido a comentárselo a su “amigo”.
– Ya dijiste güey, mira esto es lo que vamos a hacer: aquí a la vuelta está la farmacia, he visto que ganan re-bien, sólo es cuestión de que yo me meta y tú me eches aguas.
– Va, pero… no nos va a pasar nada… ¿verdad?
– Oh, pues ya te dije que no, no seas marica, es más, ahorita es la mejor hora, nada más está la vieja, como te dije, tú te quedas afuera mientras yo la amago con esto –Edgar le enseñó una pistola.
– ¡No güey, así no! –dijo Alejandro asustado por el arma.
– Mira morrito ya me está cansando tu jotería, así que si no quieres cooperar, aquí mismo te dejo dos plomazos para que aprendas.
– Está… está bien, vamos –contestó aterrorizado.
Los dos adolescentes se dirigieron a la farmacia, era aún temprano, por lo que no había mucha gente, aunque si estaban todos los comerciantes que descargaban su mercancía en sus puestos. Los muchachillos se pararon enfrente de la farmacia, Edgar le dio la instrucción a Alejandro para que se quedara afuera. El otro quedó se quedó muy quieto, Edgar entró a la farmacia.
En la mente de Alejandro pasaban muchas cosas, estaba arrepentido, sabía que si algo salía mal, su mamá y su abuelita no se lo perdonarían, y más si iba a la cárcel, el pobre estaba ya petrificado, sudaba y tenía los ojos abiertos, su corazón dio un vuelco cuando vio pasar a varios policías de barrio. No les quitaba la vista hasta que vio que se alejaban, en eso oyó un grito.
– ¡Pélate güey, pélate! –era Edgar que salía corriendo a toda prisa, Alejandro no hizo otra cosa que seguir a su compañero, detrás de Edgar salió la señora de la farmacia gritando y pidiendo ayuda.
– ¡Auxilio, me acaban de robar, policía! ¡POLICIA! –oía Alejandro mientras se alejaba del lugar, pero al voltear a ver a la señora, tropezó y cayó de bruces sobre un puesto de frutas.
– ¡Ora güey fíjate pendejo por dónde vas! –dijo el dueño del puesto.
– ¡Deténganlo, es uno de los ladrones! –gritó la dueña de la farmacia, pronto fue detenido por los demás comerciantes.
– ¡¿A dónde crees que vas?! –le dijo otro de los vendedores y lo agarró por la espalda.
– ¡DÈJEME YO NO HICE NADA, YO NO HICE NADA! –gritaba Alejandro mientras veía que Edgar se alejaba a toda prisa.
– ¡¿Qué pasa aquí?! –preguntó un policía al llegar a la escena.
– ¡Éste peladito, que me robó en la farmacia, junto con su compañero! –contestó la señora.
– ¡YO NO HICE NADA, YO NO HICE NADA! –repetía Alejandro aterrorizado.
– Te vamos a llevar a la delegación –advirtió el policía.
– ¡NO, NO ME HAGA NADA, YO NO HICE NADA! –balbuceaba Alejandro, quien ya estaba blanco del susto.
– Natalia, ve a buscar a Alejandro, no sé en dónde se metería este muchacho.
– ¡Doña Carmen, doña Carmen! –llegó corriendo un niño al establecimiento de tamales.
– ¡¿Qué pasa minino?!
– ¡Alejandro, se lo está llevando la policía!, quesque porque robó.
– ¡Qué estás diciendo! –gritó doña Gertrudis.
– ¡La señora de la farmacia, doña Toña, dice que le robó junto con el Edgar!
– ¡Ay Dios mío! ¡Vete hija, ve a ver qué pasa! –dijo doña Gertrudis angustiada.
– ¡Jesús, María y José, namás esto nos faltaba! –dijo Marcela.
– ¡Acompáñame hija, vamos a ver qué está pasando! –Carmen estaba atónita a lo que había escuchado e iba a investigar qué era lo que había pasado con su hijo.
– ¡Se lo llevaron a la delegación, ándele doña Carmen! –le dijo el niño y se fue corriendo, mientras Carmen y Natalia tomaban un taxi.
miércoles, 25 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 10. Los preparativos.
Los años habían transcurrido, sin embargo Carmen había cargado con la pena de ver morir en sus brazos a Marielva, de no contar con Emmanuel ni con Aristeo, se había prometido no pensar más en el amor y refugiarse sólo en el cariño a sus hijos, quienes iban creciendo como robles, el poco dinero que Aristeo les había dejado lo habían gastado en el tratamiento de Marielva y sin el apoyo de las malvadas Eduviges y Adelaida, Carmen tuvo que sacrificarse para que a sus hijos no les faltara nada. Dos años después de la muerte de Marielva, don Julio enfermó y pronto faltó la figura paterna en la casa, este fue un golpe que devastó por completo a la familia, sobre todo a los niños quienes veían en don Julio la figura paterna faltante en sus vidas.
Natalia era ya una señorita de catorce años quien próximamente cumpliría los ansiados quince años, sin embargo para ella esto era una acontecimiento que no tenía la mayor importancia, aunque por dentro estallaba en júbilo y sentía unas enormes ganas de tener un baile, siempre se había hecho a la idea la situación precaria en la que ella y sus hermanos vivían. Y esta situación haría que se empeñara en los estudios por lo que logró una beca con al cual pudo estudiar la secundaria. Sin embargo era el último año y con él la beca.
– ¡Por fin muchachas!, lo hemos logrado, ya salimos de la secundaria –dijo Dania, una de las mejores amigas de Natalia, era el día de la graduación y se encontraban quitándose la toga y el birrete en un salón.
– Ay Dania, ya sé que nunca te gustó el estudio pero al menos disimula.
– Es que es tanta mi emoción, ya salimos y pronto será nuestro quince años… y ¿siempre te lo van a hacer en ese salón que dijiste Ale?
– Si, mamá lo consiguió con un módico precio. Y bueno ¿dónde será el tuyo Natalia?
– Yo no tendré fiesta –dijo en tono triste Natalia.
– ¿Por qué?
– Por Dios Ale, te olvidas que estoy aquí por una beca, mi mamá no tiene posibilidades para hacerme una fiesta, tal vez un pastel sea a lo mucho lo que tenga en mi cumpleaños.
– Lo siento, será porque te considero una de mis mejores amigas que a veces se me olvida, pero no importa, ¿irás a mi fiesta verdad?
– Y a la mía, no puedes faltar eh, eres mi dama de honor.
– Claro, cómo podré faltar a tan importantes eventos –dijo Natalia y todas rieron, se alistaron y salieron hacia donde las esperaban sus familias, Carmen fue con Marcela a la graduación.
– Que lindas muchachas, y que señoras tan elegantes –dijo Marcela al llegar a casa.
– Cómo siento que se termine tu beca hija –lamentó Carmen.
– Ay mamá, no comprendes que ese fue un medio prestado, sin el cariño de ustedes no tendría el valor de estudiar.
– Y bueno hija, ¿de qué color vas a querer tu vestido de quinceañera?
– Te digo que no quiero ningún baile mamá.
– Ay ya vas a empezar otra vez con tus cosas, no quiero esto, no quiero aquello, al menos deja que haya un poco de alegría en todo este tiempo, ¡Caramba contigo! –refunfuño Marcela.
– Queremos verte feliz hija…
– Y como puedo ser feliz a costa del sacrificio de ustedes, ya bastante han hecho por mí, las quiero mucho, mucho, por eso no puedo aceptarles la fiesta.
– Ah no chula, no me vas a dejar vestida y alborotada –dijo Marcela.
– Hija, yo quiero tu mayor felicidad, y no quiero que te pase lo que a Marcela, que se volvió amargada.
– De lengua me como un plato, hasta crees que me volví amargada –dijo Marcela y todas soltaron a reir.
– Está bien, sólo por ustedes, las quiero mucho –dijo Natalia resignada y besó a su mamá y a su tía –me voy a cambiar para ir a ayudar a güelita.
– A pesar de todo en el fondo tiene ganas de su fiesta –dijo Carmen a su hermana una vez que Natalia se había ido.
– Si, de una gran fiesta, pobre de mi hija, convivir con esas niñas ricas... y regresar a esta realidad –se lamentó Marcela.
– De todos modos tenemos la obligación de hacerle su baile lo mejor que podamos.
Los días pasaron y los planes para la quinceañera iban viento en popa… claro, sin faltar los problemas de dinero.
– Ay hija hoy vimos unas telas maravillosas para el vestido que usaras.
– ¡De veras güelita!
– Si, solo que aún no sabemos de qué color quieres el vestido.
– Le dije a mamá que azul… pero ¿están muy caras las telas?
– No, bueno, un poco, pero no importa, aunque Marcela con los años se hace tacaña y no querrá comprar la tela para el vestido.
– Y quién dijo que soy tacaña, además con que le pida a Pepe.
– ¡Marcela!, por Dios hija, estás viendo que el pobre de Pepe también tiene sus gastos y tú pidiéndole dinero.
– Ay mamá, él también quiere mucho a Natalia y no va a decir que no, con unas caras que le haga y lo convenzo.
– Carmen, me parece que estas exagerando demasiado en hacerle la fiesta a la niña –interrumpió Juan José ya una vez que Natalia se fue al mercado con doña Gertrudis.
– Ay ya vas a empezar con tus cosas, ya me sé los sermones, Carmen no podemos con tanto, dentro de nuestras posibilidades, pero no, para mi hija no, se trata de mi primer hija, la que más ha sufrido conmigo, quiero que ese día sea el más feliz para Natalia. Además, Dios quiso llevarse a Marielva y a su papá, y bien sabes que a ella le hizo mucha falta Aristeo –dijo mientras tomaba la foto de Marielva y la acariciaba.
– Pero… de dónde sacaremos el dinero.
– No lo sé, pero le haremos la fiesta.
Y tal y como lo decía Juan José, el presupuesto para la fiesta de Natalia no era suficiente por lo que la abuela y Marcela tuvieron que ponerse a trabajar más, Carmen comenzó a coser ajeno ya que tenía que alimentar a los demás niños. Un día Natalia fue a entregar un encargo de tamales a un taller mecánico cerca del mercado, y se encontró con un antiguo compañero de la primaria, aunque era dos años mayor que ella.
– Hola Natalia, ¿Cómo te va?
– Hola Gerry, muy bien, ya sabes con lo de los tamales, no sabía que ya estabas trabajando aquí.
– Bueno, con esto me pago la prepa… y tú ¿qué estás estudiando?
– Bien sabes cuál es la situación de la familia, no estudio, aunque estoy consiguiendo una beca para entrar el próximo semestre.
– Yo pensé que esa era la razón por la que tu abuela está trabajando más en los tamales.
– ¿Qué dices? –Natalia se mostró sorprendida.
– Si, según mi mamá, tu abuela está aceptando el doble de pedidos para poder tener más dinero.
– Me tengo que ir, gracias –dijo la muchacha y salió apresurada del taller.
– Espera Natalia, ¡Natalia!
– ¿Porqué se fue? –salió el dueño del taller.
– No lo sé don Juan, pero creo que ya metí la pata.
– Ora zonzo, como siempre –dijo el dueño y le dio un zape.
– ¿¡Es cierto que mi güelita está trabajando hasta tarde en el mercado con el daño que le hace!? –llegó gritando Natalia, estaba muy agitada ya que había corrido el trayecto del taller a su casa, entró en la habitación de Carmen y la encontró con la máquina de coser –y tú qué haces… ¡remendando ropa ajena!, no quiero más sacrificios de ustedes, ¡no quiero baile, no quiero nada!... ¿y dónde va a ser?, aquí entre estas cuatro paredes, y con qué música, con una grabadora –dijo y se tiró sobre la cama a llorar.
– Perdónanos por ser tan pobres hija –dijo Carmen asustada y con lágrimas en los ojos, sentada frente a la máquina de coser.
– No digas eso mamá –recapacitó Natalia y se paró frente a su mamá.
– Tal vez porque no olvido lo que vivimos tu y yo en estos años. Tú por ser la mayor y Alejandro, son los que más han sufrido, más perdidas.
– Tienes razón, pero es que me duele todo lo que hacen por mí, la pobre de güelita doblando turno con todo lo que ha trabajo en su vida.
– Para ella es un gusto, acepta la fiesta si quiera por ella.
– Está bien mamá que sea lo que ustedes quieran, y te confesaré, yo también tengo mucha ilusión por ese día.
– Y serás feliz hija, mira, haremos el baile en el salón que está aquí a la vuelta y estarán todas las vecinas que nos quieren tanto, ese día será todo tan bonito, ¿no crees?
– Sí mamá.
lunes, 23 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 9. El capítulo más triste
Carmen regresó a Guanajuato, habían enterrado a Aristeo en Monterrey a petición de la familia de él. Agradecidos con Carmen, le dieron parte de la herencia que les dejó Aristeo, además del dinero que le pertenecía a sus hijos legítimos, Natalia y Alejandro.
Marielva era la quinta hija de Carmen, ella al igual que el papá de Emmanuel, había nacido con un mal congénito que no había sido diagnosticado al nacer. Sin embargo, al ir creciendo Marcela y Gertrudis notaban que la niña se agitaba mucho, por lo que se lo hicieron saber a Carmen quien inmediatamente la llevó con un especialista.
– Bien señora Rivera, después de hacerle los estudios a la niña hemos encontrado un mal congénito en su corazón, cuando nació… ¿no le comentaron nada?
– No doctor, nada, y dígame… ¿eso es grave? –preguntó una angustiada Carmen quien era acompañada por Marcela.
– Tiene que ser fuerte señora, la niña está grave… si hubiéramos detectado la enfermedad antes…
– Que quiere decir doctor…
– Que su hija tiene poco tiempo.
Estas palabras pegaron en lo más profundo del corazón de Carmen y Marcela.
– No doctor, no doctor, esto no es posible –dijo Carmen quien comenzó a llorar y pronto fue abrazada por su hermana.
– Lamentablemente la enfermedad está muy avanzada, ya comenzó a presentar los síntomas y no hay nada que podamos hacer, más que un trasplante de corazón, pero su tipo de sangre es muy rara.
– ¡Está condenando a mi hija a la muerte! –gritó Carmen.
– Cálmese señora, lo que le digo es que el tiempo que le quede a la niña hay que hacerlo de la mejor calidad, que viva feliz lo que resta.
– ¿¡Morirá pronto!? –interrumpió Marcela.
– No lo sabemos, esta enfermedad la irá deteriorando, lo que podemos hacer es aminorar el dolor y con el medicamento alargar sólo un poco su vida –contestó el doctor dejando a Carmen con el alma destrozada.
Ese día Carmen trató de contarle lo ocurrido a sus papás, y es que el dolor era tanto que no paraba de llorar, afortunadamente los niños no se dieron cuenta, al final Marcela tuvo que decírselos dejando a los Rivera igual o más acongojados que Carmen.
Marielva era muy apegada a Juan José y a Marcela, los quería casi como a su mamá, era muy graciosa y siempre estaba inventando juegos para compartirlos con sus hermanos. Sin embargo la enfermedad poco a poco iba haciendo estragos en la niña.
– Mamita, no me siento bien –le repetía constantemente la niña a Carmen, había días en los que no podía levantarse ya que se agitaba con facilidad.
– Lo sé mijita, pero es porque ayer jugaste mucho y sabes que no puedes hacerlo.
– Pero yo quiero jugar con mis hermanos, con los demás niños de la cuadra.
– Pues sí, pero… ya verás, pronto te recuperarás y saldrás a jugar de nueva cuenta con ellos –decía Carmen para tranquilizar a la niña.
El tiempo transcurría y se acababa para la pequeña Marielva, todos tenían que trabajar, tanto don Julio como doña Gertrudis, así como Marcela y Carmen, el poco dinero que había dejado Aristeo fue lapidado por los costosos medicamentos para Marielva, sin embargo, la niña se deterioraba cada día más, hasta que llegó trágico día. Carmen acompañó a su mamá a dejar las cosas al mercado donde trabajaban, por lo que dejó a Juan José al cuidado de la pequeña, los demás niños también se encontraban en la casa. De pronto la niña comenzó a agitarse mucho, y Juan José le pidió que a Natalia que corriera lo antes posible a avisarle a Carmen al mercado que en realidad estaba cerca de la casa.
– Marielva, Dios mío, no me asustes –decía Juan José muy nervioso y tratando de controlar a la niña.
– Tío… mañana es día de las madres… yo creo que no podré comprarle su ramo a mi mamá… yo quería verle su carita risueña cuando se las entregara… pero… tú me contarás ¿verdad?
– Si Marielva, si, pero ya por favor, no hables, te agitas más.
– A güelita… cómprale un ramito… aunque sea chiquito… güelita sabrá perdonarme.
– No te aflijas manita, no tienes nada –le dijo Luciana quien también estaba ahí.
– Le dan muchos besos… todos los que yo quisiera darle –de pronto Marielva se desmayó.
– ¡MAMÁ!, ¡CARMEN! –gritó Juan José mientras corría hacia la puerta de la casa –¡Marielva!
Carmen llegó corriendo acompañada de doña Gertrudis, rápidamente tomaron a la niña y se la llevaron al hospital, el doctor la revisó y sólo comentó: «Ha llegado la hora señora, no hay más que podamos hacer, yo le recomiendo que se la lleve a casa para que pase sus últimos momentos con su familia». Carmen no entendía la frialdad del doctor, sin embargo aceptó la recomendación del galeno y se llevó a la pequeña niña a su casa.
– Mamita… sé que me voy a morir –dijo la niña resignada, ya en casa, los demás niños fueron llevados con un familiar de los Rivera, y en la casa solo se encontraban los señores Rivera, Marcela y Natalia, la hija mayor.
– Hija, no digas eso, ya pasará pronto y jugaremos como siempre.
– Extraño a mi papá… pero sabes… ayer vino a verme y me dijo… que me llevará a jugar con él al parque.
– Está bien hija –dijo Carmen, pensando que la niña deliraba.
– No te olvides Natalia… dile a Juan José… que le de las flores a mi mamá… y también a mi güelita.
– ¡Qué tienes Marielva, no me asustes! – decía muy asustada Natalia.
– No te apures… si me voy… lo haré sin ruido… tú no llores… te ves muy fea… ahí está mi papá… ha venido por mi… para ir al parque –dijo la niña y de pronto cerró los ojos.
– ¡Marielva!, ¡despierta mijita! ¡MARIELVA!
sábado, 21 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
Guanajuato, México. Capítulo 8. Una segunda oportunidad
Los meses pasaron, para Carmen fue difícil enfrentarse a la idea que ya no volvería a ver a su amado Emmanuel; por lo mismo de su embarazo no pudo conseguir trabajo y tuvo que ayudarle a su mamá en el negocio de los tamales para poder subsistir. Un nuevo hijo nacía sin padre, Romeo, y Carmen por fin pudo conseguir un trabajo en la antigua empresa que años atrás había laborado. Don Julio y Marcela también la ayudaban en lo que estaba en sus posibilidades. Sin embargo todo cambiaría un día.
– ¿Diga?
– Carmen, ¿eres tú?
– Si, con quién hablo.
– Soy yo, Aristeo –respondieron al otro lado de la bocina, era su primer amor, su primer marido, el padre de Natalia y Alejandro.
– ¡Aristeo! Qué alegría escucharte.
– Lo sé, yo también siento un gusto en volver a hablar contigo –Aristeo tosió –estoy aquí en la ciudad y quisiera ver la posibilidad de vernos.
– Claro que sí, ¿en dónde?
– Te parece en aquel café al que íbamos cuando éramos novios.
– ¿A qué hora?
– A las cinco, crees que es posible.
– Claro que sí, ahí nos veremos.
Durante todos estos años Aristeo y Carmen seguían en contacto, obviamente por los niños a los cuales nunca les faltó una pensión, Aristeo vivía solo y trató de persuadir a Carmen que regresara con él cuando supo de la muerte de Emmanuel sin éxito. Sin embargo la razón de su encuentro cambiaría por completo la decisión de Carmen, de la noble Carmen.
– Hola, ¿cómo estás?
– Bien, y tu, te cortaste el cabello.
– Si quería un cambio… qué linda te ves.
– Gracias –Carmen se sonrojó.
– Dos cafés por favor –indicó Aristeo al mesero –un descafeinado.
– Aún lo recuerdas.
– Claro, lamento lo de Emmanuel, los niños cómo están.
– Muy bien, ansiosos por volver a ver a su papá.
– Y los demás.
– Aprendiendo a vivir sin la figura paterna, para Luciana y Marielva ha sido difícil, ellas ya están grandes y comprenden lo que sucede y a veces me preguntan por qué Natalia y Alejandro tienen papá y ellas no.
– ¿Y qué les dices?
– La verdad.
– ¿Y la entienden?
– No, pero ellas hacen como si nada pasara y al rato vuelven a ser las mismas de siempre.
– Carmen, la razón por la que te he pedido que nos viéramos es porque necesito pedirte que regreses conmigo.
– Aristeo, ya lo hemos hablado muchas veces, sabes que eso no es posible.
– Carmen, tienes que saber que te lo estoy pidiendo como un favor. Hace poco más de un mes me diagnosticaron una enfermedad terminal –al decir esto, los ojos de Aristeo se llenaron de lágrimas.
– No, no me digas eso –al principio Carmen dudó debido a lo que años atrás había ocurrido pero al ver las lágrimas de Aristeo brotar supo que lo que acababa de escuchar no era mentira, además, su aspecto era diferente, se veía enfermo y desde que llegaron Aristeo no había dejado de toser –pero… de qué.
– Una enfermedad en los pulmones, el doctor solo me ha dado de tres a cuatro meses de vida, no hay tratamiento. Carmen –Aristeo tomó de las manos a su antigua esposa –sé que es mucho lo que te estoy pidiendo, pero quiero que mis últimos días sean felices como alguna vez lo fuimos, fui un tonto al dejarte y hoy la vida me está cobrando mi engaño y el no valorarte.
– No digas eso –Carmen acarició el rostro de su ex esposo quien lloraba –recuerda que tengo más hijos, y el cargar con ellos… ¡Ay Aristeo por qué!
– No digas más, se que lo que te he pedido es mucho, te agradezco el que hayas querido hablar conmigo, perdona que te haya hecho venir –Aristeo se levantó de la mesa.
– Lo voy a pensar –dijo Carmen deteniendo a su antiguo amor –no te prometo nada.
Un nuevo capítulo estaba por abrirse en la vida de Carmen, el pasado regresaba pero ahora para pedirle un sacrificio, esa misma noche habló con sus papás y con Marcela para pedirle consejo. Juan José tenía catorce años por lo que su opinión aún no contaba.
– Hija, es el padre de tus hijos, sé que no estuvo bien lo que te hizo, pero está arrepentido y enfermo –dijo doña Gertrudis.
– Pues yo pienso que estarás muy pendeja si regresas con él, además, para qué, para cuidarlo, ay no “many”.
– ¡Marcela! –recriminó la señora.
– Hija –dijo don Julio quien se había mantenido callado durante la plática, en un momento se levantó y puso las manos sobre los hombros de su hija mayor –creo que hemos inculcado valores en ti y en tu hermana, creo que esa es la razón por la que en ocasiones he sido tan rudo y tan obstinado, pero era para esto, ahora sólo tu tomarás la mejor decisión para con Aristeo, desde ahora te digo que cualquier decisión que tomes contarás con el apoyo mío y de tu madre.
– Gracias papá, solo quiero saber si ustedes estarían dispuestos a cuidar a mis hijos mientras yo me hago encargo de Aristeo.
– Si hija, sabía que ibas a tomar la mejor decisión.
– ¡Ah no chula, yo no me voy a hacer cargo de tanto escuincle!
– Marcela, solo te estoy pidiendo que te hagas cargo de Luciana, Marielva y Antonio, no puedo dejar a Natalia y a Alejandro sin su padre y tampoco puedo despegarme de Romeo.
– Bueno, así cambia la cosa, lo bueno que me dejas a Luciana.
– Entonces puedo contar con ustedes.
– ¡A mí nunca me toman en cuenta! –dijo Juan José molesto.
– A ver Juan José, ¿tú qué opinas?
– Pues yo opino que seré feliz cuidando a Antonio y a Marielva.
– A que mijo, dijo doña Gertrudis.
Y así, con una nueva encomienda, Carmen cuidó con esmero a Aristeo, viajó a Monterrey junto con los tres niños, los dos mayores y Romeo, hizo que los últimos días de su ex esposo fueran felices, hasta que llegó el día final, Aristeo fue internado en el hospital debido a una fuerte neumonía, aún así, la dejaron despedirse de él.
– Gracias Carmen por hacerme feliz en este tiempo, sé que no lo merecía, pero te estaré eternamente agradecido por todo lo que hiciste por mí, por tu perdón.
– Ya no digas más, te agitas y no es bueno.
– Te vas a quedar sola, Carmen, cuida mucho a mis hijos… ya no los veré crecer… bésalos mucho y ponle la medallita que le compré a Alejandro… no los separes nunca, y mi Natalia, Dios te bendiga por lo mucho que has sufrido… nunca me separaré, nunca –Aristeo dejó de respirar y murió.
– Aristeo –dijo Carmen y comenzó a llorar ahogadamente.
Sin embargo, la tragedia aún estaba por empezar…
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