Guanajuato, México. Capítulo 18. La verdad oculta.
– ¡Mamá! ¡Contesta mamá!... –Carmen comenzó a escuchar a lo lejos la voz de sus hijos y de su mamá, quienes angustiados suplicaban que regresara de su inconsciencia.
– ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?
– Estamos en la fiesta, te desmayaste –dijo Juan José.
– Es que… fue la impresión –mintió Carmen.
– Ay qué bueno que sólo es eso, ya nos habías asustado –exclamó doña Gertrudis.
Carmen volvió por completo en sí y pronto ya se encontraban todos en la fiesta, sin embargo, la mamá de la quinceañera no dejaba de observar a aquel hombre que le habían presentado y que era alguien muy importante en el pasado.
– Juan José, ven por favor –dijo Carmen escuetamente cuando vio que su hermano estaba platicando amenamente con Juan.
– ¿Qué pasa?
– Te voy a pedir que le digas a ese hombre que se vaya de la fiesta, no quiero tenerlo en la fiesta.
– Qué te pasa, es el jefe de Gerardo y cooperó para la fiesta, no puedo decirle que se vaya, sería una majadería.
– ¡No me importa!, quiero que se vaya.
– Pues hazlo tú, porque yo no voy a decirle nada –exclamó Juan José y dio por terminada la discusión.
– Many, ¿Qué es lo qué ocurre?, ¿Por qué te desmayaste?
– No es nada Marcela, creo que es la impresión y el sentirme tan alegre –respondió mintiendo Carmen.
– Bueno… ven ya vamos a regresar a la fiesta, la niña ha estado preguntando por ti, está muy contenta.
– Si verdad, aún estoy muy emocionada, como es posible que las vecinas nos quieran tanto.
– Bueno, Erika me dijo que todas cooperaron –a pesar de que habían cambiado de tema, Marcela aún sentía que su hermana le estaba mintiendo, que algo no estaba bien.
En realidad Carmen, había reconocido la voz de aquél hombre llamado Juan, su rostro y su cara la habían regresado en el tiempo, a aquel fatídico día en el que había sido forzada a entregar su virginidad a Javier, sin embargo, su nombre era diferente, y al parecer Juan era muy buen actor, porqué había disimulado el no conocer a Carmen, o tal vez ya la había olvidado. La fiesta pasó y toda la familia ya se encontraba en la casa, los días habían pasado, el incidente con Juan José también, solo que en el interior de Carmen aún resonaba la cara de su Juan y de aquél pasado tormentoso.
– Many, ¿podemos hablar?
– Si, pasa –dijo Carmen en su recámara, los días pasaban y ella se sumergía más en su angustioso pasado, al grado de estar distraída, acongojada e incluso nerviosa, en varias ocasiones había regañado a los niños y esa había sido la razón por la que Marcela quería charlar con su querida hermana.
– Te he notado muy extraña desde la quinceañera.
– ¿Extraña?
– Si, desde que te desmayaste, has cambiado, te he notado nerviosa, te he visto incluso demacrada por las mañanas, como que has llorado.
– No, no me pasa nada, no entiendo tu insistencia.
– Carmen… –siempre hemos hablado de todo, siempre he sido tu confidente y tú la mía, nos hemos contado todo hasta aquello –dijo Marcela y las dos hermanas comenzaron a recordar…
… – Hija, ¡cómo les fue!
– Bien mamá, déjame ir a mi cuarto por favor –dijo escuetamente Carmen, situación se sorprendió a los señores Rivera y a Marcela.
– Está bien, solo que está un poco cansada –dijo Leticia, se despidieron rápidamente de la familia, Leticia se sentía culpable por lo que le acaba de pasar a Carmen en Puerto Vallarta.
– Many, ¿cómo les fue, qué les pasó?
– Nada Marcela, por favor… déjame sola –respondió entre sollozos Carmen a su hermana.
– ¡Por qué lloras!
– ¡Te digo que no tengo nada!
– Está bien, te dejaré sola pero a mí no me engañas, algo grave te pasó –contestó triste Marcela y se retiró dejando a la hermana mayor llorando amargamente «Por qué me pasó esto, por qué Dios mío» pensaba angustiada.
Pasó el día y Carmen no salió ni siquiera a tomar los alimentos, por lo que doña Gertrudis fue a su cuarto y tocó la puerta.
– Hija, ¿no vas a comer?
– No mamá, por favor, déjenme sola, no me siento bien.
– Ábreme hija, ¿qué te pasa?
– Te digo que no me siento bien, pero pronto se me pasará, por favor mamá déjame sola –doña Gertrudis se retiró pero fue con la hermana adolescente.
– Hija, ve a hablar con Carmen, no quiere abrir la puerta pero sé que algo le pasa.
– ¿Carmen, puedo pasar?
– Les dije que no quiero hablar con nadie.
– Por favor Carmen, déjame pasar –insistió la menor de los Rivera y momentos después abrían la puerta de la recámara de Carmen.
– Many, no lo puedo callar más, ¡No puedo! –exclamó Carmen y se abalanzó sobre su hermana menor.
– ¡Qué te pasa, qué tienes! –decía Marcela asustada.
– Marcela, ¡me violaron! –dijo entre sollozos Carmen y Marcela abrió al máximo los ojos.
– ¡QUÉ, PERO QUÉ DICES! ¡CUÁNDO!
– En el viaje que hicimos, me drogaron y me violaron.
– ¡Tenemos que decirles a mis papás!
– ¡NO, TE LO PROHÍBO!
– ¡A mí que me vas a andar prohibiendo! ¡MAMÁ! ¡PAPÁ! –gritó Marcela ante el desconcierto de Carmen.
– ¡Qué pasa hija, porqué esos gritos! –llegó diciendo don Julio.
– Carmen les tiene algo que decir.
– ¡Hija, qué pasa!
– ¡NADA, NADA, DÉJENME SOLA!
– ¡Carmen díselos!
– ¡Qué demonios está ocurriendo aquí!, me vas a decir de una vez qué está ocurriendo Carmen, desde que llegaste no has hecho otra cosa más que llorar y encerrarte en el cuarto…. ¡HABLA YA!
– En el viaje que fuimos… fuimos a una discoteca y… y…. ¡ME DROGARON Y ME VIOLARON! –gritó Carmen con todas sus fuerzas, tratando de que con ese grito desahogara todo lo que en estos días venía sintiendo.
– ¡QUÉ HAS DICHO! –exclamó don Julio y se le acercó pero en lugar de abrazar a su hija le soltó senda cachetada que le volteó el rostro a la pobre jovencita –¡TE LO DIJE, POR ESO NO QUERÍA QUE FUERAS, ERES UNA CUALQUIERA!
– ¡JULIO, CÁLMATE, POR FAVOR! –dijo doña Gertrudis interponiéndose entre padre e hija, apoyada por Marcela quién también se interponía.
– ¡Papá, basta, entiende lo que ocurrió! –gritaba la hermana menor.
– ¡Maldita sea pero CÓMO FUISTE TAN ESTÚPIDA CARMEN, NO TE HEMOS ENSEÑADO VALORES PARA Y MIRA COMO NOS PAGAS!
– ¡PERDÓNAME PAPÁ, PERDÓNAME!
– ¡Basta Julio, en estos momentos, hay que ayudar a nuestra hija, no lo entiendes, fue abusada, ahora necesita nuestro apoyo!
– ¡Me importa madres lo que digas, eres una puta! –sentenció don Julio ante las miradas imberbes de las mujeres.
– ¡Papá, por favor! –exclamó Marcela y don Julio se salió de la habitación dejando a las Rivera en llanto.
– Algo haremos hija, pronto se le pasará a tu papá, entiéndelo, es un golpe difícil para ti –decía entre lágrimas doña Gertrudis.
– ¡No sabes cómo me siento mamá!
– Ay hija, ven a mi lado –dijo la señora y abrazó a Carmen.
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