Guanajuato, México. Capítulo 14. Un sueño roto.
Los días pasaron, doña Gertrudis poco a poco fue recuperándose, mientras los hijos y los nietos mayores se repartían las tareas del hogar y del cuidado de la matriarca de la casa. Alejandro había guardado silencio sobre su culpabilidad en el robo de la farmacia y no había visto a Edgar pararse por el barrio. Sin embargo los gastos que estaban generando la enfermedad de la señora de Rivera, estaban por quitarle las ilusiones a su nieta mayor.
– Ay hija, cómo lamento que el dinero que teníamos para la fiesta lo hayan gastado en mí –se lamentó doña Gertrudis una vez instalada en la casa, su mejoría había hecho que la dieran de alta y ahora ya se encontraba en la vieja casona.
– No importa güelita, lo importante es que ya está aquí y que ahora la vamos a disfrutar y a chiflar –respondió Natalia, y aunque trataba de mostrarse fuerte ante su familia, en su cara se notaba la desilusión por no tener fiesta de quince años.
– No mija, a mi no me engañas, sé que te duele no tener tu fiesta, pero mira, esto es lo que haremos… nada más que me recupere, me voy a poner a trabajar muy duro y aunque te hagamos la fiesta unos meses después pero te la haremos.
– ¡Le digo que no güelita, no quiero nada… NADA! –exclamó de pronto Natalia y salió corriendo de la habitación de la abuela con los ojos llenos de lágrimas.
– ¡Natalia, hija! –gritó Carmen y salió corriendo detrás de ella, sin embargo, la jovencita ya había salido hacia la calle.
– ¿Qué tienes muchacha, por qué lloras… le pasó algo a tu abuela? –preguntó Erika mientras detenía a la adolescente después de topársela en la calle.
– No, mi abuela está bien, por favor, déjeme, necesito pensar, respirar –dijo Natalia y siguió corriendo hasta el parque que se encontraba cerca de la casa. Se detuvo, se sentó en una banca y comenzó a llorar, las ilusiones que se había hecho con su fiesta de quince años ahora eran rotas, y aunque agradecía a Dios el hecho de que su abuela estuviera bien, se lamentaba el no poder disfrutar su día.
– Naty, ¿Qué tienes, por qué lloras? –dijo de pronto una voz, Natalia levantó la vista… era Gerardo.
– Nada, estoy bien –respondió limpiándose las lágrimas.
– No lo creo, dime… ¿qué te pasa?, volvió a preguntar Gerardo y se sentó al lado de Natalia.
– Es que… –de pronto Natalia posó su hombro sobre el de su compañero y comenzó a llorar otra vez.
– Cálmate, cálmate… así no voy a saber la razón.
– Discúlpame –mencionó Natalia y pronto se incorporó –es que con la enfermedad de mi abuela y lo que hemos pasado, gastamos todo el dinero que teníamos reunido para mi fiesta de quince años.
– Ah, es eso –dijo el joven con cierto tono de desparpajo.
– ¡Ya sé que a ti no te importa, pero para mí era una ilusión! –mencionó Natalia molesta.
– No, espera cálmate, no quise decir eso, simplemente creo que hay cosas más importantes en la vida que una fiesta en la cual todos van a ir a comer y a beber, pero muy pocos iríamos porque en verdad te apreciamos.
– Tienes razón –contestó Natalia unos minutos después, las palabras de Gerardo habían hecho mella en la pobre jovencita y había comenzado a recapacitar sobre esas palabras, por lo que comprendió que el joven estaba en lo cierto.
– Ya ves, ya deja de llorar.
– La verdad tenía la ilusión de bailar mi vals con mi tío Juanjo, de usar mi vestido color azul, de que ese día mamá olvidara todas las cosas por las que hemos pasado, por eso le estaba echando ganas a la venta de tamales, para poder sacar un poco más de dinero, pero ya ves, todo cambia en unos minutos.
– Mira, ya no llores, vamos a tu casa, de seguro tu mamá debe estar preocupada, y ya veremos qué es lo que puede hacer, no creo que no hagan nada, al menos una cena.
– Está bien –dijo Natalia y tomó del brazo a Gerardo, la verdad es que se sentía muy bien con ese jovencito que le llevaba dos años, desde la enfermedad de la abuela, había estado al pendiente, por lo que iba al local casi todos los días para preguntar por la señora, ya que sus mamás eran muy buenas amigas, y aprovechaba para platicar con Natalia, por la cual comenzaba a sentir algo.
– Perdóname güelita, perdónenme todos por mi comportamiento, sé que no debí portarme de esa manera –dijo Natalia llegando a su casa, había subido con Gerardo a la habitación de su abuela para pedirle disculpas por lo que momentos antes había pasado.
– No hija, tienes razón, esta vieja achacosa tiene la culpa de que no tengas tu fiesta –le respondió doña Gertrudis a punto de llorar.
– Pero eso no importa güelita, es cierto que tenía ganas de mi fiesta, pero no a costa del sacrificio de ustedes que ya han hecho tanto por mí.
– Bueno, ya, ya, vamos a hacer la merienda y a preparar todo para mañana, tenemos que trabajar duro porque nos faltan dos manos –interrumpió Carmen secándose las lágrimas, a ella también le dolía el hecho de no ver realizado el sueño de su hija.
– Disculpe que me meta en lo que no me importa pero… –dijo Gerardo –¿les falta mucho para dinero?
– Uy mijo, nos gastamos lo del salón, afortunadamente mi hermana nos hizo los vestidos, y pues quiera o no ahí teníamos unos centavos guardados, pero ahora… ¿con qué?
– Lo siento –se lamentó Gerardo –bueno me voy, qué bueno que doña Gertrudis ya está mejor, se lo diré a mamá, no ha podido venir, pero tiene muchas ganas de verla.
– ¿No te quedas a merendar? –preguntó Natalia.
– No, cómo crees, será para la próxima ocasión.
– Quédate güey, no desanimes a la princesa –dijo Juan José con un tono de malicia.
– ¡Juan José! –exclamó Carmen.
– No, de verdad, muchas gracias –respondió Gerardo sonrojado.
– Quédate, ándale, al menos para que te tomes un chocolate caliente.
– Está bien doña Carmen, ya que insiste.
– Oye carnal, me acompañas afuera, quiero platicar contigo –dijo Gerardo a Juan José, habían terminado la merienda en la cual habían platicado de varias cosas, aunque con los niños jugando y la abuela en su recámara atendida por Luciana, no les había dado mucho tiempo de disfrutar el chocolate.
– ¿Qué pasó? –preguntó Juan José.
– Te lo digo a ti, porque eres el hombre de la casa… me… me…
– Ora güey si no eres borrego –dijo Juan José a un muy nervioso Gerardo.
– Me gusta Natalia.
– Ah, y…
– Pues quiero que me des permiso para seguirla viendo.
– No pues te equivocaste de persona, a la que le debes de pedir permiso es a Carmen.
– Lo sé güey, pero se ve que es estricta y me da miedo. Además quiero contarte algo y espero que me puedas ayudar.
– ¿Qué?
– Según mi futura suegra –dijo y los dos se rieron –les falta sólo el dinero para el salón, entonces yo puedo dar ese dinero para que Natalia no se quede sin fiesta.
– ¡No güey, cómo crees!
– Tengo un poco de dinero ahorrado y creo que es lo suficiente.
– ¡Te digo que no!, mis hermanas son muy vergonzosas y si se enteran no lo aceptarán por nada del mundo, además yo no lo podría aceptar, no.
– Mira, lo hacemos sorpresa, que ellas no se enteren, y bueno, si no quieres aceptarlo, tómalo como un préstamo y ya tú sabrás cuando me lo pagas –Gerardo en verdad se encontraba entusiasmado con la idea.
– No, no lo creo –decía Juan José negando con la cabeza.
– Piénsalo, pero recuerda que van pasando los días, y después puede ser tarde.
– Y… ¿dices que sería como un préstamo?
– Si güey, tu sobrina me pasa y me gusta un buen.
– Bueno, está bien –respondió Juan José minutos después de estar pensando en la idea de Gerardo.
– ¡Ya rugiste Tío suegro! –exclamó Gerardo y abrazó a Juan José.
– ¡Abuelita soy tu nieto! –rieron los dos.
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