Guanajuato, México. Capítulo 19. Desde las entrañas.
Los días comenzaron a pasar; la fiesta había sido todo un éxito y Natalia estaba más que feliz, comenzaba a sentirse atraída hacía Gerardo y recíprocamente él le seguía demostrando lo que estaba naciendo en su ser. Sin embargo Carmen seguía extraña, Marcela había tratado de saber la verdad pero nada había conseguido.
– Hija, podemos hablar.
– Si mamá
– Tanto Marcela como yo te hemos notado extraña, últimamente cambias rápido de humor y regañas seguido a los niños, acaso estás molesta por la quinceañera.
– No mamá como crees –Carmen suspiró – a ti no te puedo mentir, en la quinceañera vi a alguien, alguien que nunca pensé volver a ver, y justo ahora.
– Quién es ese alguien hija, me asustas.
– El papá de Juan José.
– ¡QUÉ DICES!
– ¡Si mamá, el padre de Juan José!
– ¡Juan José sólo tuvo un padre y ese fue Julio, tú bien lo sabes!
– ¡No mamá, ya no puedo callar, bien sabes que José Juan no es tu hijo! –gritó Carmen y las dos comenzaron a recordar de nuevo…
… Habían pasado semanas desde aquella fatídica situación desde que Carmen y su papá habían peleado, don Julio aún no perdonaba lo que le había ocurrido a su hija adorada, se sentía defraudado aún y cuando Carmen no había tenido la menor de las culpas por lo ocurrido, sin embargo, la situación se empeoraba.
– Many, te noto más flaca, demacrada.
– ¿Se te hace?
– Si, además no te he visto comer lo suficiente.
– Y cómo quieres que coma cuando sabes lo lastimada que estoy.
– Lo sé, pero debes hacerte la fuerte.
– ¡Marcela, por favor, déjame sola!
– Está bien –dijo la hermana menor y se retiró de la habitación de Carmen.
Pasaron los días y una mañana, mientras desayunaban, Carmen se sintió mal de pronto y corrió al baño a devolver la comida, este fue el detonante para Marcela y doña Gertrudis quienes aterradas se miraron entre sí.
– ¿Qué tiene Carmen? –preguntó don Julio.
– Nnada, nada, se siente mal, ha de estar resfriada –contestó muy nerviosa la señora mientras con un ademán mandaba a Marcela a que viera a su hermana mayor.
– Many… ¿vomitaste?
– Si, many, creo que mis sospechas son ciertas.
– Cállate, no se debe enterar papá, aún no digiere lo de la violación y decirle que estás embarazada sería perjudicial para ti.
– Por qué me está pasando esto, porque me pasa esto a mí –se lamentaba Carmen con los ojos llenos de lágrimas.
– Ya Carmen, por favor –insistía Marcela tratando de calmar a su hermana, don julio podría darse cuenta de la situación –sécate las lágrimas y volvamos a la mesa.
– ¡Tenemos que ir con el médico Carmen, hay que confirmar!
– ¡No mamá, no quiero que nadie se entere de lo que me pasó!
– Pero estas embarazada y es necesario confirmarlo.
– ¡NO, Ya les he dicho que no!
– Iremos aunque no quieras –sentenció la mamá de la joven.
–Bien, ya tengo los resultados –dijo el doctor días después, habían acudido a realizarse el examen a pesar de la renuencia de la joven, sin embargo, su madre la había obligado, para también ir viendo cómo se lo dirían a don Julio en dado caso que resultara cierto –y quiero felicitarlas pero a la vez preguntarles, ¿por qué embarazarse tan joven señorita?
– No doctor, no me puede decir esto –al escuchar las palabras de galeno, la pobre jovencita sintió como su estómago ardía y su alma se hacía añicos, iba a tener un hijo.
– ¿Pasa algo Carmen, acaso ese hijo no es planeado?
– No doctor, no fue planeado.
– No las juzgaré, no soy quién, sin embargo es necesario que empecemos con los cuidados y los tratamientos que debe llevar.
– ¡NO DOCTOR, NO PIENSO TENER ESTE HIJO! –interrumpió de pronto Carmen, sabía que su mundo se iba a derrumbar al saber que un ser nacía en su seno.
– ¡Hija por favor!
– Carmen, no sé qué es lo que haya ocurrido pero debes saber que si no quieres al niño, puedes darlo en adopción.
– Me quiero ir mamá, ¿nos podemos ir?
– Si hija, gracias doctor, la traeré de nueva cuenta el próximo mes.
– Espere, le daré una receta para el medicamento que debe tomar.
Carmen y Gertrudis llegaron a casa, durante el trayecto, la joven no paraba de llorar, aunque era un llanto callado, sólo sus lágrimas recorrían sus mejillas y doña Gertrudis la miraba.
– ¿Qué pasó mamá?
– Pues… si lo está.
– ¡Y qué vamos a hacer!
– Hay que decírselo a tu papá.
– ¡NO! –gritó Carmen.
– Lo tiene que saber Carmen, y ya decidiremos si lo que dijo el doctor es lo mejor para ese niño.
– Ya les dije que ¡no lo pienso tener!
– ¡Ya cállate! –dijo doña Gertrudis y de pronto le soltó una cachetada –No quiero que vuelvas a decir eso, si es necesario tu padre y yo nos quedaremos con ese niño, pero no quiero volver a oírte decir semejante barbaridad.
– ¡Mamá! –exclamó Carmen tocándose la mejilla, había recibido un golpe que le había dolido hasta el corazón, sobre todo porque su mamá nunca le había pegado.
– ¡Perdóname hija, pero debes entender! –respondió doña Gertrudis y trató de abrazarla pero Carmen la detuvo y subió corriendo las escaleras directo a su habitación.
– ¡Carmen!
– Déjala mamá, es mejor por el momento, ahora hay que ver cómo se lo diremos a papá.
– Me duele el alma de ver a mi hija así, maldita la hora en la que decidimos que se fuera en ese viaje.
Pasaron las horas y don Julio llegó a casa, ya lo esperaban las tres mujeres de la casa para revelarle lo ocurrido.
– ¿Qué pasa? –preguntó don Julio al ver las caras de sus hijas y de su esposa.
– Ven, siéntate, es importante que hablemos.
– Si es algo de lo que le pasó a Carmen, no me interesa, tenemos que dejarlo en el pasado.
– Papá, no me puedes decir eso, pasó y ha tenido consecuencias.
– ¿Consecuencias?
– Si, estos días no me he sentido bien y…
– ¿No me digas que estas embarazada? –preguntó don Julio inmediatamente.
– Cálmate Julio.
– Si verdad, es eso, estás embarazada.
– Si papá – respondió Carmen tímidamente, tenía la cabeza baja y lloraba.
– Me lleva la chingada –don Julio se paró, caminó un poco pero al momento regresó tomo la silla, la levantó y la aventó fuertemente quebrándose en la pared.
– ¡Cálmate Julio, por favor! –exclamó Gertrudis con una cara de espanto, al igual que las dos hijas que se estremecieron al ver la reacción del patriarca.
– ¿Y qué piensas hacer? –preguntó el señor.
– Aún no lo sé, yo no quiero a este niño y…
– Acaso estás pensando en…
– Si papá, aún estoy a tiempo.
– ¡Cómo te atreves a decir eso, no siquiera lo pienses!
– Pero…
– El niño vivirá con nosotros
– ¡Qué dices papá! –interrumpió Marcela.
– Si, él no tiene la culpa de lo que pasó y si es necesario que lo adoptemos tu madre y yo, lo haremos –exclamó don Julio y todas las mujeres se quedaron calladas de la impresión.
Pasaron los meses, el ser iba creciendo, supieron que era un niño, durante todo este tiempo Carmen no salió de la casa y doña Gertrudis fingió un embarazo, todo para callar los rumores de los vecinos. La señora aún era joven por lo que a nadie le pareció raro, sin embargo lo que se les hacía raro era que la mayor de los Rivera ya no se le viera. Los nueve meses se fueron tan rápido como el recuerdo de lo ocurrido, don Julio mandó a traer a una partera de fueras de la ciudad para que ayudara a Carmen a tener al niño.
– ¡Ya nació Julio!, es un niño, ¡Un niño Julio! –salió de la habitación doña Gertrudis, estaba feliz, don Julio sonrió al igual que Marcela, pasaron unos minutos y la matrona dejó entrar al señor de la casa.
Carmen durante este tiempo se había encariñado con el ser que nacía en sus entrañas, era su hijo, pero se tenía que hacer a la idea que al nacer lo tenía que dar en adopción. Aún así su amor de madre le hacía sentir cariño por el bebé. Así que al tenerlo en sus brazos lloró de alegría, alegría que pronto se vería truncada por la llegada de don Julio, quien tomó al niño entre sus brazos.
– Este será a partir de hoy un Rivera también, se llamará Juan José y tendrás que verlo como un hermano Carmen –sentenció don Julio a la joven mientras cargaba al pequeñito.
– Si papá –dijo la joven tragándose sus lágrimas y evitando llorar.