jueves, 30 de agosto de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 19. Desde las entrañas.

Los días comenzaron a pasar; la fiesta había sido todo un éxito y Natalia estaba más que feliz, comenzaba a sentirse atraída hacía Gerardo y recíprocamente él le seguía demostrando lo que estaba naciendo en su ser. Sin embargo Carmen seguía extraña, Marcela había tratado de saber la verdad pero nada había conseguido.
– Hija, podemos hablar.
– Si mamá
– Tanto Marcela como yo te hemos notado extraña, últimamente cambias rápido de humor y regañas seguido a los niños, acaso estás molesta por la quinceañera.
– No mamá como crees –Carmen suspiró – a ti no te puedo mentir, en la quinceañera vi a alguien, alguien que nunca pensé volver a ver, y justo ahora.
– Quién es ese alguien hija, me asustas.
– El papá de Juan José.
– ¡QUÉ DICES!
– ¡Si mamá, el padre de Juan José!
– ¡Juan José sólo tuvo un padre y ese fue Julio, tú bien lo sabes!
– ¡No mamá, ya no puedo callar, bien sabes que José Juan no es tu hijo! –gritó Carmen y las dos comenzaron a recordar de nuevo…

… Habían pasado semanas desde aquella fatídica situación desde que Carmen y su papá habían peleado, don Julio aún no perdonaba lo que le había ocurrido a su hija adorada, se sentía defraudado aún y cuando Carmen no había tenido la menor de las culpas por lo ocurrido, sin embargo, la situación se empeoraba.
– Many, te noto más flaca, demacrada.
– ¿Se te hace?
– Si, además no te he visto comer lo suficiente.
– Y cómo quieres que coma cuando sabes lo lastimada que estoy.
– Lo sé, pero debes hacerte la fuerte.
– ¡Marcela, por favor, déjame sola!
– Está bien –dijo la hermana menor y se retiró de la habitación de Carmen.

Pasaron los días y una mañana, mientras desayunaban, Carmen se sintió mal de pronto y corrió al baño a devolver la comida, este fue el detonante para Marcela y doña Gertrudis quienes aterradas se miraron entre sí.
– ¿Qué tiene Carmen? –preguntó don Julio.
– Nnada, nada, se siente mal, ha de estar resfriada –contestó muy nerviosa la señora mientras con un ademán mandaba a Marcela a que viera a su hermana mayor.
– Many… ¿vomitaste?
– Si, many, creo que mis sospechas son ciertas.
– Cállate, no se debe enterar papá, aún no digiere lo de la violación y decirle que estás embarazada sería perjudicial para ti.
– Por qué me está pasando esto, porque me pasa esto a mí –se lamentaba Carmen con los ojos llenos de lágrimas.
– Ya Carmen, por favor –insistía Marcela tratando de calmar a su hermana, don julio podría darse cuenta de la situación –sécate las lágrimas y volvamos a la mesa.

– ¡Tenemos que ir con el médico Carmen, hay que confirmar!
– ¡No mamá, no quiero que nadie se entere de lo que me pasó!
– Pero estas embarazada y es necesario confirmarlo.
– ¡NO, Ya les he dicho que no!
– Iremos aunque no quieras –sentenció la mamá  de la joven.

–Bien, ya tengo los resultados –dijo el doctor días después, habían acudido a realizarse el examen a pesar de la renuencia de la joven, sin embargo, su madre la había obligado, para también ir viendo cómo se lo dirían a don Julio en dado caso que resultara cierto –y quiero felicitarlas pero a la vez preguntarles, ¿por qué embarazarse tan joven señorita?
– No doctor, no me puede decir esto –al escuchar las palabras de galeno, la pobre jovencita sintió como su estómago ardía y su alma se hacía añicos, iba a tener un hijo.
– ¿Pasa algo Carmen, acaso ese hijo no es planeado?
– No doctor, no fue planeado.
– No las juzgaré, no soy quién, sin embargo es necesario que empecemos con los cuidados y los tratamientos que debe llevar.
– ¡NO DOCTOR, NO PIENSO TENER ESTE HIJO! –interrumpió de pronto Carmen, sabía que su mundo se iba a derrumbar al saber que un ser nacía en su seno.
– ¡Hija por favor!
– Carmen, no sé qué es lo que haya ocurrido pero debes saber que si no quieres al niño, puedes darlo en adopción.
– Me quiero ir mamá, ¿nos podemos ir?
– Si hija, gracias doctor, la traeré de nueva cuenta el próximo mes.
– Espere, le daré una receta para el medicamento que debe tomar.

Carmen y Gertrudis llegaron a casa, durante el trayecto, la joven no paraba de llorar, aunque era un llanto callado, sólo sus lágrimas recorrían sus mejillas y doña Gertrudis la miraba.
– ¿Qué pasó mamá?
– Pues… si lo está.
– ¡Y qué vamos a hacer!
– Hay que decírselo a tu papá.
– ¡NO! –gritó Carmen.
– Lo tiene que saber Carmen, y ya decidiremos si lo que dijo el doctor es lo mejor para ese niño.
– Ya les dije que ¡no lo pienso tener!
– ¡Ya cállate! –dijo doña Gertrudis y de pronto le soltó una cachetada –No quiero que vuelvas a decir eso, si es necesario tu padre y yo nos quedaremos con ese niño, pero no quiero volver a oírte decir semejante barbaridad.
– ¡Mamá! –exclamó Carmen tocándose la mejilla, había recibido un golpe que le había dolido hasta el corazón, sobre todo porque su mamá nunca le había pegado.
– ¡Perdóname hija, pero debes entender! –respondió doña Gertrudis y trató de abrazarla pero Carmen la detuvo y subió corriendo las escaleras directo a su habitación.
– ¡Carmen!
– Déjala mamá, es mejor por el momento, ahora hay que ver cómo se lo diremos a papá.
– Me duele el alma de ver a mi hija así, maldita la hora en la que decidimos que se fuera en ese viaje.

Pasaron las horas y don Julio llegó a casa, ya lo esperaban las tres mujeres de la casa para revelarle lo ocurrido.
– ¿Qué pasa? –preguntó don Julio al ver las caras de sus hijas y de su esposa.
– Ven, siéntate, es importante que hablemos.
– Si es algo de lo que le pasó a Carmen, no me interesa, tenemos que dejarlo en el pasado.
– Papá, no me puedes decir eso, pasó y ha tenido consecuencias.
– ¿Consecuencias?
– Si, estos días no me he sentido bien y…
– ¿No me digas que estas embarazada? –preguntó don Julio inmediatamente.
– Cálmate Julio.
– Si verdad, es eso, estás embarazada.
– Si papá – respondió Carmen tímidamente, tenía la cabeza baja y lloraba.
– Me lleva la chingada –don Julio se paró, caminó un poco pero al momento regresó tomo la silla, la levantó y la aventó fuertemente quebrándose en la pared.
– ¡Cálmate Julio, por favor! –exclamó Gertrudis con una cara de espanto, al igual que las dos hijas que se estremecieron al ver la reacción del patriarca.
– ¿Y qué piensas hacer? –preguntó el señor.
– Aún no lo sé, yo no quiero a este niño y…
– Acaso estás pensando en…
– Si papá, aún estoy a tiempo.
– ¡Cómo te atreves a decir eso, no siquiera lo pienses!
– Pero…
– El niño vivirá con nosotros
– ¡Qué dices papá! –interrumpió Marcela.
– Si, él no tiene la culpa de lo que pasó y si es necesario que lo adoptemos tu madre y yo, lo haremos –exclamó don Julio y todas las mujeres se quedaron calladas de la impresión.

Pasaron los meses, el ser iba creciendo, supieron que era un niño, durante todo este tiempo Carmen no salió de la casa y doña Gertrudis fingió un embarazo, todo para callar los rumores de los vecinos. La señora aún era joven por lo que a nadie le pareció raro, sin embargo lo que se les hacía raro era que la mayor de los Rivera ya no se le viera. Los nueve meses se fueron tan rápido como el recuerdo de lo ocurrido, don Julio mandó a traer a una partera de fueras de la ciudad para que ayudara a Carmen a tener al niño.
– ¡Ya nació Julio!, es un niño, ¡Un niño Julio! –salió de la habitación doña Gertrudis, estaba feliz, don Julio sonrió al igual que Marcela, pasaron unos minutos y la matrona dejó entrar al señor de la casa.
Carmen durante este tiempo se había encariñado con el ser que nacía en sus entrañas, era su hijo, pero se tenía que hacer a la idea que al nacer lo tenía que dar en adopción. Aún así su amor de madre le hacía sentir cariño por el bebé. Así que al tenerlo en sus brazos lloró de alegría, alegría que pronto se vería truncada por la llegada de don Julio, quien tomó al niño entre sus brazos.
– Este será a partir de hoy un Rivera también, se llamará Juan José y tendrás que verlo como un hermano Carmen –sentenció don Julio a la joven mientras cargaba al pequeñito.
– Si papá –dijo la joven tragándose sus lágrimas y evitando llorar.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Lo había dejado inconcluso por diferentes situaciones pero a petición de mi siempre bien ponderado José Juan aquí les va una cortinilla.

viernes, 17 de agosto de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 18. La verdad oculta.

– ¡Mamá! ¡Contesta mamá!... –Carmen comenzó a escuchar a lo lejos la voz de sus hijos y de su mamá, quienes angustiados suplicaban que regresara de su inconsciencia.
– ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?
– Estamos en la fiesta, te desmayaste –dijo Juan José.
– Es que… fue la impresión –mintió Carmen.
– Ay qué bueno que sólo es eso, ya nos habías asustado –exclamó doña Gertrudis.

Carmen volvió por completo en sí y pronto ya se encontraban todos en la fiesta, sin embargo, la mamá de la quinceañera no dejaba de observar a aquel hombre que le habían presentado y que era alguien muy importante en el pasado.
– Juan José, ven por favor –dijo Carmen escuetamente cuando vio que su hermano estaba platicando amenamente con Juan.
– ¿Qué pasa?
– Te voy a pedir que le digas a ese hombre que se vaya de la fiesta, no quiero tenerlo en la fiesta.
– Qué te pasa, es el jefe de Gerardo y cooperó para la fiesta, no puedo decirle que se vaya, sería una majadería.
– ¡No me importa!, quiero que se vaya.
– Pues hazlo tú, porque yo no voy a decirle nada –exclamó Juan José y dio por terminada la discusión.

– Many, ¿Qué es lo qué ocurre?, ¿Por qué te desmayaste?
– No es nada Marcela, creo que es la impresión y el sentirme tan alegre –respondió mintiendo Carmen.
– Bueno… ven ya vamos a regresar a la fiesta, la niña ha estado preguntando por ti, está muy contenta.
– Si verdad, aún estoy muy emocionada, como es posible que las vecinas nos quieran tanto.
– Bueno, Erika me dijo que todas cooperaron –a pesar de que habían cambiado de tema, Marcela aún sentía que su hermana le estaba mintiendo, que algo no estaba bien.
En realidad Carmen, había reconocido la voz de aquél hombre llamado Juan, su rostro y su cara la habían regresado en el tiempo, a aquel fatídico día en el que había sido forzada a entregar su virginidad a Javier, sin embargo, su nombre era diferente, y al parecer Juan era muy buen actor, porqué había disimulado el no conocer a Carmen, o tal vez ya la había olvidado. La fiesta pasó y toda la familia ya se encontraba en la casa, los días habían pasado, el incidente con Juan José también, solo que  en el interior de Carmen aún resonaba la cara de su Juan y de aquél pasado tormentoso.

– Many, ¿podemos hablar?
– Si, pasa –dijo Carmen en su recámara, los días pasaban y ella se sumergía más en su angustioso pasado, al grado de estar distraída, acongojada e incluso nerviosa, en varias ocasiones había regañado a los niños y esa había sido la razón por la que Marcela quería charlar con su querida hermana.
– Te he notado muy extraña desde la quinceañera.
– ¿Extraña?
– Si, desde que te desmayaste, has cambiado, te he notado nerviosa, te he visto incluso demacrada por las mañanas, como que has llorado.
– No, no me pasa nada, no entiendo tu insistencia.
– Carmen… –siempre hemos hablado de todo, siempre he sido tu confidente y tú la mía, nos hemos contado todo hasta aquello –dijo Marcela y las dos hermanas comenzaron a recordar…

… – Hija, ¡cómo les fue!
– Bien mamá, déjame ir a mi cuarto por favor –dijo escuetamente Carmen, situación se sorprendió a los señores Rivera y a Marcela.
– Está bien, solo que está un poco cansada –dijo Leticia, se despidieron rápidamente de la familia, Leticia se sentía culpable por lo que le acaba de pasar a Carmen en Puerto Vallarta.
– Many, ¿cómo les fue, qué les pasó?
– Nada Marcela, por favor… déjame sola –respondió entre sollozos Carmen a su hermana.
– ¡Por qué lloras!
– ¡Te digo que no tengo nada!
– Está bien, te dejaré sola pero a mí no me engañas, algo grave te pasó –contestó triste Marcela y se retiró dejando a la hermana mayor llorando amargamente «Por qué me pasó esto, por qué Dios mío» pensaba angustiada.

Pasó el día y Carmen no salió ni siquiera a tomar los alimentos, por lo que doña Gertrudis fue a su cuarto y tocó la puerta.
– Hija, ¿no vas a comer?
– No mamá, por favor, déjenme sola, no me siento bien.
– Ábreme hija, ¿qué te pasa?
– Te digo que no me siento bien, pero pronto se me pasará, por favor mamá déjame sola –doña Gertrudis se retiró pero fue con la hermana adolescente.
– Hija, ve a hablar con Carmen, no quiere abrir la puerta pero sé que algo le pasa.

– ¿Carmen, puedo pasar?
– Les dije que no quiero hablar con nadie.
– Por favor Carmen, déjame pasar –insistió la menor de los Rivera y momentos después abrían la puerta de la recámara de Carmen.
– Many, no lo puedo callar más, ¡No puedo! –exclamó Carmen y se abalanzó sobre su hermana menor.
– ¡Qué te pasa, qué tienes! –decía Marcela asustada.
– Marcela, ¡me violaron! –dijo entre sollozos Carmen y Marcela abrió al máximo los ojos.
– ¡QUÉ, PERO QUÉ DICES! ¡CUÁNDO!
– En el viaje que hicimos, me drogaron y me violaron.
– ¡Tenemos que decirles a mis papás!
– ¡NO, TE LO PROHÍBO!
– ¡A mí que me vas a andar prohibiendo! ¡MAMÁ! ¡PAPÁ! –gritó Marcela ante el desconcierto de Carmen.
– ¡Qué pasa hija, porqué esos gritos! –llegó diciendo don Julio.
– Carmen les tiene algo que decir.
– ¡Hija, qué pasa!
– ¡NADA, NADA, DÉJENME SOLA!
– ¡Carmen díselos!
– ¡Qué demonios está ocurriendo aquí!, me vas a decir de una vez qué está ocurriendo Carmen, desde que llegaste no has hecho otra cosa más que llorar y encerrarte en el cuarto…. ¡HABLA YA!
– En el viaje que fuimos… fuimos a una discoteca y… y…. ¡ME DROGARON Y ME VIOLARON! –gritó Carmen con todas sus fuerzas, tratando de que con ese grito desahogara todo lo que en estos días venía sintiendo.
– ¡QUÉ HAS DICHO! –exclamó don Julio y se le acercó pero en lugar de abrazar a su hija le soltó senda cachetada que le volteó el rostro a la pobre jovencita –¡TE LO DIJE, POR ESO NO QUERÍA QUE FUERAS, ERES UNA CUALQUIERA!
– ¡JULIO, CÁLMATE, POR FAVOR! –dijo doña Gertrudis interponiéndose entre padre e hija, apoyada por Marcela quién también se interponía.
– ¡Papá, basta, entiende lo que ocurrió! –gritaba la hermana menor.
– ¡Maldita sea pero CÓMO FUISTE TAN ESTÚPIDA CARMEN, NO TE HEMOS ENSEÑADO VALORES PARA Y MIRA COMO NOS PAGAS!
– ¡PERDÓNAME PAPÁ, PERDÓNAME!
– ¡Basta Julio, en estos momentos, hay que ayudar a nuestra hija, no lo entiendes, fue abusada, ahora necesita nuestro apoyo!
– ¡Me importa madres lo que digas, eres una puta­! –sentenció don Julio ante las miradas imberbes de las mujeres.
– ¡Papá, por favor! –exclamó Marcela y don Julio se salió de la habitación dejando a las Rivera en llanto.
– Algo haremos hija, pronto se le pasará a tu papá, entiéndelo, es un golpe difícil para ti –decía entre lágrimas doña Gertrudis.
– ¡No sabes cómo me siento mamá!
– Ay hija, ven a mi lado –dijo la señora y abrazó a Carmen.

sábado, 11 de agosto de 2012

Puerto Vallarta, México. Capítulo 17. ¿Regresar a casa?

Después de lo ocurrido ese día en la discoteca, y una vez que Carmen se dio cuenta de dónde se encontraba, llegó llorando a su habitación.
– ¿Dónde estabas? –preguntó Claudia, pero no recibió respuesta de su compañera, ésta sólo se metió al baño y se encerró –¡Carmen!
– ¡Déjame! –gritó la joven y abrió la llave de la ducha, comenzó a tallarse mientras lloraba amargamente; salió después de una hora, para entonces, Paola y Leticia ya estaban en la habitación ante el llamado de Claudia.
– ¿Qué te pasó Carmen? –preguntó Leticia.
– ¡Carmen, qué tienes, por qué tardaste tanto en el baño! –exclamó Paola.
– ¡NO ME PASA NADA!
– ¿Carmen dónde estabas, nos tenías preocupadas?
– ¡DÉJENME SOLA POR FAVOR, NO QUIEOR HABLAR!
– Está bien, te vamos a dejar sola, pero es importante que nos digas qué te paso –mencionó Leticia.
– Dejémosla –replicó Paola y las tres muchachas salieron de la habitación.

Carmen se recostó en la cama y lloró amargamente, las horas pasaron, las muchachas regresaron a la habitación y encontraron a la joven dormida.
– ¿Qué habrá pasado?
– No sé Leticia, pero por la forma en la que llegó y cómo no ha querido hablar con nosotros, me temo lo peor.
– ¿Qué quieres decir Leticia? –preguntó asustada Claudia. 
– Pues es que solo la vimos cuando salió con Javier, y de ahí ya no supimos nada, sólo que la habían traído, pero ya ven, llegamos y no estaba y ahora esto.
– Tenemos que ir a preguntarle a Yadira.
Las jóvenes salieron y fueron a la habitación de Yadira, donde también se encontraba alondra.
– ¿Qué quieren?
– ¡Quiero que me digas, quién era ese tal Javier! –dijo Paola y tomó del brazo a Yadira
– ¡Yo que sé!, era un amigo de los muchachos, pero ni yo lo conocía.
– ¡No nos mientas Yadira, tu bien sabes quién es!
– Ay basta, para qué quieren saber, además ya les dije que ¡No lo conozco!
– Mira Yadira, razona un poco, hoy llegó Carmen  llorando y no nos ha querido decir nada, y ayer a la última persona que vimos fue a Javier con ella.
– Pues lo ha de haber disfrutado, por favor, ay donde la ven de mosquita muerta, bien que le ha de gustar…
– ¡Cállate! –gritó Paola y estuvo a punto de cachetear a Yadira, sólo que la detuvo Claudia.
– ¡Atrévete chiquita, y a ver de a cómo nos toca!
– ¡Vámonos muchachas, no vamos a conseguir nada!, sólo espero que nos estés diciendo la verdad, porque si algo le pasó a Carmen y descubrimos que tuviste algo que ver, te vas a arrepentir toda tu vida.
– Ay ya, ya, ya, ahora fuera de mi habitación.

Las jóvenes salieron de la habitación y se dirigieron a la de Carmen, mientras Alondra se quedó platicando con Yadira.
– ¿Y si de verdad le pasó algo?
– Ay que le pudo haber pasado, además, yo le dije a Enrique que sólo le hicieran creer a la estúpida que fue violada, aunque… –Yadira quedó pensativa.
– ¡Háblale, háblale Yadira! –exclamó una angustiada alondra.
Yadira marcó a la habitación de Enrique, pero nadie contestó, marcó a la recepción y le fue notificado que los jóvenes ya se habían ido.
– ¡Se fueron, los muy infelices y no me dijeron nada! –dijo Yadira al colgar el teléfono.
– Y ahora, ¿Qué haremos?
– Nada, solo esperar regresar a Guanajuato para saber si pasó algo más.
– ¡Te dije que no era buena idea!
– ¡Cállate que me estás poniendo nerviosa!

– Carmen, despierta, ya es de noche –susurró Claudia en el oído de su amiga.
– ¿Qué hora es?
– Las ocho, acompáñanos a cenar.
– No, sólo quiero dormir –dijo Carmen, rodó sobre la cama y volvió a dormir.
– Carmen, por favor, despierta –le dijo Paola.
– ¿Qué hora es?
– Las nueve de la mañana, ya has dormido más de veinte horas, Te traje el desayuno.
– No, no quiero.
– Vamos, tienes que tomar bocado –Claudia tomó el tenedor y cogió un poco de fruta, se la dio a Carmen en la boca.
Terminó de desayunar y por fin se levantó de la cama, salió al balcón de la habitación y respiró profundo. Volvió adentro en dónde ya estaban sus amigas, Yadira y Alondra se habían mantenido al margen.
– ¿Cómo te sientes? –preguntó Leticia.
– Bien, aunque ya no puedo callar, necesito decirles que pasó hace dos noches.
– Carmen, no es necesario.
– ¡ME VIOLARON! –gritó Carmen ante las caras impávidas de las jóvenes amigas.
– ¡NO, Carmen, por favor no me digas eso! –exclamó Leticia.
– ¿Pero qué pasó?
– No lo sé, me sentí mareada, Javier me sacó y ya no recuerdo nada… –Carmen lloraba desconsolada mientras sus amigas también lloraban –amanecí en su cama.
– Pero… estás segura.
– Si.

Carmen lloró por espacio de una hora más, hasta que Leticia decidió que lo mejor era regresar a Guanajuato, aunque Carmen inmediatamente se negó.
– Es lo mejor, no podemos continuar aquí. Necesitamos encontrar a ese desgraciado, y no sé por qué me da la impresión que Yadira tuvo que ver en esto.
– No puedo regresar, ¡No puedo ver a mis papás!, ¡Qué dirán de mí!
– Tienes que afrontarlo, además no es tu culpa.
– ¡Si lo es!
– Carmen, tenemos que irnos –dijo en tono tajante Paola y tres horas después las jóvenes tomaban un autobús de regreso a casa.

lunes, 6 de agosto de 2012

Guanajuato; Puerto Vallarta, México. Capítulo 16. El origen

La razón por la que Carmen se había desmayado ante la presencia de aquel hombre era porque por un momento había recordado lo que años atrás, había pasado en su vida, cuando esta apenas comenzaba…

…Carmen era entonces una jovencita de dieciséis años, guapa, con una belleza y ternura muy por encima de las amigas con las que se juntaba.
–Y bueno… ¿Ya te dieron permiso tus papás? –preguntó Paola, una de las amigas.
– No, aún no, es que ya saben cómo es papá, dice que no me dejara ir sola a ese campamento.
– Ay pero no va a pasar nada, ya le dijiste que vamos todas – le dijo Yadira, otra de las supuestas amigas de la joven.
– Si, y por eso no se decide, dice que ustedes no son buenas influencias.
– Ay tu papá tan mala onda, es más deja voy a decirle que vamos a ir Paola y yo –contestó Claudia, la otra amiga.
– Bueno, vamos a la casa –respondió Carmen y las dos jovencitas se fueron a casa de los Rivera.
– Yo la verdad no sé porqué tanto alboroto con la princesa, si no quiere ir, que no vaya –dijo Yadira a Alondra una vez que se habían ido.
– Déjala Yadira, que bueno que sus papás se preocupen por ella.
– Ay sí, pero raya en lo ñoño… ¿o a poco no?
– Ya Alondra, déjenla, ustedes y sus cosas, es más deja las alcanzo, nos vemos después – contestó Paola con tono de fastidio y corrió en busca de las amigas.
– Alondra, tengo que contarte algo –menciono Yadira una vez que Paola se perdió entre la gente.
– ¿Qué?
– ¿Quieres saber porqué tanto interés en que la mosquita muerta de Carmen vaya a Puerto Vallarta?
– Si, ya sé que no te cae del todo, bueno a mí tampoco, pero la soporto porque nos ayuda con la tarea y esas cosas.
– En Puerto Vallarta le tengo preparada una sorpresa a la mustia.
– De que se trata
– Mira, una vez que lleguemos…

–Ándele señor, déjela ir con nosotros, mire, además va mi mamá y la hermana mayor de Paola, ellas nos cuidarán –decía Claudia a don Julio.
– No, porque pueden pasar muchas cosas y no me gusta que ande sola en quién sabe dónde.
– Pero no es quién sabe dónde, es en Puerto Vallarta, además, todos los días te voy a hablar por teléfono –rogaba Carmen a su padre.
– Está bien, está bien, lo voy a pensar –respondió don Julio con el afán de terminar la conversación.
– ¡Sí! –gritaron las chicas y Carmen se le abalanzó a su padre, sabía que al decir esto, era casi un hecho que viajaría a Puerto Vallarta de vacaciones.
– Cuanto amor, bueno ya, ¿se quedan a merendar muchachas? –interrumpió doña Gertrudis.
– Claro que si doñita, suponemos que hizo tamales.
– Supusieron bien, a ver si algún día nos vienen a ayudar con el puesto –en ese tiempo Gertrudis comenzaba con el negocio de ventas de tamales.
– ¡Usted namás díganos cuando venimos y le ayudamos!, ¿verdad Claudia?
– Este… si –dijo la amiga y todos se rieron ante la respuesta de la joven.

Pasaron los días, Carmen entusiasmada con el viaje a Puerto Vallarta mientras Yadira y Alondra orquestaban el plan para vengarse de la pobre muchachita.
– Bueno, pues ya estamos aquí –dijo Leticia, la hermana de Paola, ella iba de encargada de las muchachas.
– Es hermoso –dijo Paola.
– Si, aunque está haciendo calor –respondió Claudia.
– Pues no sé ustedes, yo me voy a mi cuarto, me pongo mi traje y directo al mar –comentó Yadira.
– ¿Tan pronto? –preguntó Carmen.
– ¡Niña, vinimos a divertirnos, no a estar encerradas en el hotel! –exclamó Yadira.
– Ya vámonos cada quien a su cuarto, Claudia y Carmen en uno, Paola y yo en el otro y alondra y Yadira en el tercero –dijo Leticia y cada pareja se fue a su habitación.
– ¿Vas a ir a la playa? –preguntó Claudia a su amiga.
– No, estoy un poco mareada, será por el viaje, voy a descansar un poco.
– Yo tampoco tengo ganas, estoy muerta, anoche no pude dormir.
– Bueno, vamos a descansar y ya en la cena a ver si vemos a las demás –dijo Carmen y las amigas se durmieron en sus respectivas camas. Pasó la tarde y se despertaron para ir a cenar, encontraron a Paola y Leticia ya en restaurante del hotel.
– Pensamos que se habían ido con Alondra y Yadira –mencionó Leticia.
– No, nos quedamos dormidas y hace un rato despertamos –contestó Carmen, pidieron de cenar y terminaron, casi no hablaron, por extraña razón, todas se sentían cansadas.
– ¿Quieren salir esta noche?
– No Paola, bueno, no sé tú Carmen.
– No Paola, muchas gracias, ¿ustedes si van a salir?
– Vamos a ir a dar una vuelta –dijo Leticia –acompáñenos.
– Bueno, si es solo una vuelta si, pensé que querían irse a una discoteca.
– Ay no, yo no voy a esos lugares –sentenció Leticia.
– Bueno, pues vamos a dar la dichosa vuelta –dijo Claudia y las amigas se alistaron para conocer la ciudad.

Era el día siguiente y las amigas se despertaron muy temprano, tenían mucha energía, por lo que desayunaron e inmediatamente se fueron a la alberca del hotel, ahí ya estaban Yadira y Alondra.
– Míralas, ¿dónde andaban perdidas?
– En nuestra habitación.
– No me digan que no salieron ayer, si el clima está delicioso –dijo Yadira quien estaba sentada en una silla tomando el sol.
– Estábamos un poco cansadas.
– Lo bueno es que hoy si decidieron broncearse.
– Hoy si –dijo Claudia y las cuatro amigas se sentaron a tomar el sol; de pronto se escuchó mucho alboroto en la alberca, y Carmen se quitó los lentes de sol que traía y menuda sorpresa se llevó al ver a sus amigos de la escuela ahí también.

– ¡Qué onda!, ¿qué andan haciendo acá? –preguntó Enrique.
– Andamos de vacaciones, ¿y ustedes? –respondió Yadira.
– También… ¡Qué casualidad!
– Ay pero que delicia –exclamó Alondra al ver como salían de la alberca Enrique, Darío, Alberto, Guadalupe y otro joven al cuál Carmen, nunca había visto, y sin embargo era el más guapo de todos.
– ¿Y cuántos días se van a quedar? –preguntó Darío.
– Unos cuatro días.
– Y qué les parece si hoy vamos a la playa, está muy bueno el ambiente –respondió Guadalupe.
– Sí, vamos Carmen –dijo Claudia.
– Si, vamos.

Las jóvenes se fueron con sus amigos de la escuela, a pesar de que Carmen iba viendo toda la playa, de vez en cuando volteaba hacía donde venía ese hombre misterioso, amigo de los muchachos.
– Por cierto, no nos han presentado a su amigo –dijo Yadira.
– Ah, es cierto, les presento a Javier –dijo Enrique y las muchachas lo saludaron.
– Hola –Javier miraba a Carmen con cierto grado de lujuria, aunque se comportó mesuradamente.
– Bueno, vamos a meternos al mar –mencionó Darío y todos se metieron al agua.

Las horas pasaron y los jóvenes se divertían en la playa. Javier jugaba con Carmen tirándola al mar. Yadira los miraba de lejos, asegurándose que su plan fuera a la perfección.
– ¿Qué van a hacer en la noche? –preguntó Alberto.
– Aún no lo sabemos –respondió Claudia.
– Vamos a ir a una discoteca, ¿ustedes no quieren ir?
– No, cómo crees, además somos menores de edad y no nos van a dejar entrar.
– Nombre no hay problema por eso, yo tengo contactos y verán como las dejan entrar.
– ¡Siendo así, ustedes nada más díganos a qué hora pasan por nosotras! –exclamó Alondra.
– Como a las ocho está bien.
– ¿Y Lety, qué le diremos a tu hermana? –preguntó Carmen.
– Ella también nos puede acompañar –respondió Enrique.
– Bueno, pues entonces nos vemos a las ocho, hasta luego chicos –dijo Yadira y besó sensualmente a los jóvenes.

Los planes de Yadira iban marchando puntualmente, después de decirle a Leticia que estaban invitadas a la discoteca, ella también aceptó ir, así que dieron las ocho de la noche y las chicas ya se encontraban en el lobby del hotel.
– ¡Que guapas! –mencionó Enrique al ver a las jóvenes.
– Nosotras siempre.
– Bueno, pues vámonos –dijo Alberto y todos se fueron a la discoteca.
Llegaron al lugar y pronto fueron ingresadas, comenzaron a bailar y a tomar, aunque las chicas solo estaban tomando refresco, debido a que nunca habían probado el alcohol. De pronto llegó Javier con una ronda de margaritas para todas, Leticia fue la primera en aceptarla, aunque Carmen no estaba muy segura.
– Ay Carmen, no seas mojigata, está deliciosa –le dijo Yadira.
– Bueno, pero sólo esta –Carmen tomó el trago y tosió al pasarlo por su garganta.
Después del primer trago fue fácil tomarse dos más, aunque Carmen comenzó a sentirse mareada.
– ¿Qué tienes Carmen? –preguntó Leticia.
– Nada, creo que ya se me subió la bebida.
– Vamos a tomar aire, para que se te pase –le dijo Javier y la sacó de la discoteca, de pronto Carmen perdió el conocimiento y no reaccionó hasta la mañana siguiente, al despertar, estaba en una recámara desconocida, ¡Y Javier dormía a su lado, desnudo, igual que ella!
– ¡AY DIOS MIO!
– ¡Qué te pasa reina! –dijo Javier y trató de acercársele, Carmen dio n salto de la cama.
– ¡QUÉ PASÓ, QUÉ ME HICISTE!
– Nada que no te gustara
– ¡NO!
– Mira niña estúpida, fuiste mía, qué creías, que te ibas a salir con la tuya, que no iba a disfrutarte –le dijo Javier y la tomó por la fuerza.
– ¡Suéltame! –gritó Carmen y tomó su ropa, estaba cubierta sólo con una sábana y salió corriendo de la habitación ante la sonrisa cínica de Javier.

domingo, 5 de agosto de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 15. Los deseos cumplidos

Habían pasado los días desde que la matriarca de la casa había sido dada de alta y descansaba al lado de su familia, Carmen y Marcela seguían haciéndose cargo del local de tamales. Alejandro había cambiado mucho, se había vuelto más retraído, y aunque Carmen lo había notado, no había logrado que su hijo mayor le contara la verdad.

Natalia había olvidado su fiesta, si bien tenía una gran ilusión, ahora estaba preocupada por el cuidado de su abuela y el negocio familiar. Sus hermanos y su tío ya sabían lo que Gerardo estaba organizando, pero éste les había pedido que guardara el secreto, quería que todo fuera una sorpresa. Natalia por su parte intentaba mostrar su mejor cara, aunque por las noches lloraba en el silencio de su recámara, la cual compartía con Luciana.
– ¿Qué tienes hermana?
– Nada, ¿yo?
– Si, tienes los ojos rojos, como si hubieras llorado.
– Te digo que no tengo nada, es que estaba cansada y tengo sueño, debe ser eso.
– Aún estás triste porque no vas a tener fiesta verdad –dijo Luciana aunque ella ya sabía lo de Gerardo.
– A ti no te puedo mentir hermanita, claro que si, tenía ilusión por tener una fiesta.
– Mmm, a mi me gustaría que de pronto apareciera una hada madrina y tuvieras tu fiesta.
– Ay hermosa, esos son sólo cuentos.
– Nunca hay que dejar de soñar… oye, te puedo preguntar algo.
– Dime.
– ¿Qué traes con Gerardo?
– Qué traigo de qué –respondió Natalia e inmediatamente se sonrojó
– Pues es que de un tiempo para acá viene más a la casa, y lo he visto que se quedan platicando largo y tendido allá afuera.
– Es un amigo nada más, lo conozco desde el primer año de la secundaria, y nos llevamos bien.
– ¿Pero te gusta?
– Ja ja ja.
– Dime, ándale, te gusta verdad.
– Bueno, es simpático, y… si, si me gusta.
– ¡Lo sabía, lo sabía! –empezó a gritar Luciana mientras Natalia trataba de callarla.
– Cállate Any, no lo deben de saber.
– ¿Por qué?
– Porque yo no quiero pensar en eso, tengo otros sueños, quisiera estudiar… sabes, ya me fui a informar acerca de las becas que están dando por falta de recursos y ya metí la solicitud, y tener un novio ahorita me quitaría tiempo.
– Ah –dijo un poco decepcionada la hermana menor.
– Ya vamos a dormirnos, porque mañana tenemos trabajo que hacer –sentenció Natalia y las chicas se acostaron a dormir.

– Hola.
– Hola Dania, soy yo Ale
– Si güey ya sé que eres tú, ash.
– Ay cállate babosa, oye ¿no has visto o hablado con Natalia?
– No, desde que salimos de la escuela no la he visto, y como después me fui de vacaciones, no he hablado con ella.
– ¿No sabes lo que le pasó? –preguntó Alejandra
– No, qué le pasó, se accidentó.
– No, pero su abuela sufrió un paro cardiaco, ya ves que nos había dicho que no iba a tener fiesta de quince años, bueno, pues su familia se esforzó en realizarle una fiesta, pero pasó esto de su abuelita y tuvieron que gastar el dinero que ya tenían.
– Ay pobre, que mal… ay Ale, me siento mal.
– Si, pero que crees, me hablo Gerardo te acuerdas de él, Natalia nos lo presentó en una fiesta, era amigo de su tío Juan José.
– Ay si, está guapo… pero no como el papito de su tío Juan José, ese si es un mangazo… ¿y qué quería?
– Está haciéndole una fiesta sorpresa a Natalia y nos hablaba para invitarnos, ella no lo sabe.
– Ay qué lindo.
– Y estaba pensando en que podemos juntarnos para regalarle el pastel.
– ¡Me encanta la idea!
– Entonces voy para tu casa, arréglate para ir a ver los pasteles y encargarlo de una vez.
– Yo siempre estoy arreglada looser.
– Ash, ya ahorita paso por ti.

Las amigas de Natalia, la apreciaban mucho, la jovencita siempre se había portado bien, y también las quería mucho, por lo que las amigas también quisieron ayudar a Gerardo en la sorpresa de Natalia.
– ¡Hermano, ya está todo arreglado! –dijo Gerardo a Juan José una vez que contestó el teléfono.
– ¿De verdad?
– Si, ya está el salón, el pastel, todo, solo falta que ese día todo salga como lo hemos venido planeando.
– Aún no lo puedo creer, la sorpresa que se va a llevar, es como un sueño para ella.
– Tú solo encárgate que ese día esté contenta y ya sabes nuestro plan, va.
– Va.

Los días pasaron, Natalia casa día se iba haciendo a la idea de no tener fiesta de quince años, Carmen también se sentía culpable de no poder brindarle a su hija el deseo de tan bella ilusión. De cualquier manera, acudirían a la iglesia a dar gracias a Dios, Marcela le regaló el vestido azul que tanto quería, el día había llegado.
– Bueno mija’, pues a bañarse ya cambiarse, acuérdate que la misa  es a las cinco.
– Si mamá
– Ay mi Natalia…
– Ya no diga nada güelita, usted también arréglese y cámbiese, o a poco no me va a acompañar.
– Claro que si mija’.
– Bueno ya, ya son las dos de la tarde y se les hará tarde, así que apúrense –dijo Juan José, para estas alturas, Marcela ya sabía de la fiesta sorpresa por lo que también hizo los vestidos de su hermana y de sus mamá así como el suyo.
– Tengan –Marcela les dio los vestidos.
– ¿Y esto mija?
– Un pequeño regalo, ya sé que no vamos a tener fiesta, pero al menos hay que ir elegantes.
– Ay Marcela, pero lo que te habrá costado.
– Agradézcanle a Pepe, él pago la tela y bueno, a mi no me es nada difícil coser. Pepe pasará por nosotras, así que apúrense…
– ¡Niños, ya se cambiaron! –gritó Carmen a sus demás vástagos, los cuales bajaron ya cambiados.
– ¿Y ese milagro?
– Pues ya nos cambiamos porque después…
– Eh… después nos andas apresurando –interrumpió Luciana y le tapó la boca a Romeo, quien estuvo a punto de delatarlos a todos.

Pasaron las horas y la familia Rivera acudió a misa de agradecimiento por las quince primaveras de la mayor de los hermanos Hernández, aunque sólo ella y Alejandro llevaban ese apellido, ya que los otros cuatro niños tenían el Chavarría como apelativo. Terminada la misa, Pepe subió en su automóvil a la quinceañera, a Carmen, Marcela y doña Gertrudis, mientras que los demás tomaron un taxi.
– ¡Qué bonita estuvo la misa!
– Si mamá, aunque es una lástima que ya tengamos que quitarnos los vestidos, y que tengamos que regresar a la casa.
– Pero quien ha dicho eso –interrumpió Pepe –yo las invito a cenar, los invito a todos.
– ¿Cómo crees Pepe?, ya suficiente has hecho por nosotros como para hacerte más molestias, además en la casa haremos una pequeña comida, mamá ya tiene la comida lista y claro que estás invitado.
– Gracias Carmen, pero insisto, es más, vamos a este salón –dijo Pepe y se estacionó frente al lugar donde iba a ser la fiesta.
– ¿Y aquí porqué? –le preguntó Carmen a Pepe.
– Mira many, el salón ya lo hicieron restaurante, a poco no lo sabías.
– ¿En verdad?
– Si mamá, ya vamos a entrar.
– Ay pero que va a decir la gente si nos ve entrar así vestidas.
– ¡Bah!, para lo que me importa, ¡Anden, bajen! –exclamó Marcela, y tanto la hermana como la mamá no tuvieron más remedio que descender del auto, detrás de ella lo hizo Natalia.
– ¿Dónde estarán los demás? –preguntó Carmen, hasta ese momento había notado que el taxi donde venía Juan José y los niños no estaba detrás de ellos.
– Ya deben de venir atrás, no se preocupen, ahora les marco y les digo dónde estamos –dijo Pepe para calmarlas.

Entraron al salón, pero todo estaba oscuro, de pronto las luces se encendieron y un estallido de aplausos, asustó la quinceañera y su familia, ¡En el salón estaban todas las vecinas y vecinos!, además de la gente que trabajaban con ellos en el local de tamales. Natalia se mostró muy sorprendida, pero no más que su madre y que su abuela. Natalia volteaba a todos lados tratando de entender lo que estaba ocurriendo. Solo asentía con la cabeza saludando a la gente. De pronto se acercó Gerardo y Juan José.
– ¡Muchas felicidades hija! –dijo Juan José.
– ¿¡Pero qué es esto!?
– Una sorpresa que orquestó Gerardo, sabía la ilusión que tenías por tu fiesta, así que se organizó con todo el mundo y todos quisieron apoyarlo dentro de sus posibilidades –respondió el tío.
– Pero… ¡Por qué no nos dijiste nada! –exclamó Carmen.
– Porque sabía que si les decíamos lo iban a delatar, así que mejor quisimos que fuera sorpresa.
– ¡Y todos ya lo sabían! –dijo doña Gertrudis quien se comenzó a tocar el pecho.
– Cálmate mamá, si ya lo sabíamos, pero no te exaltes, te hará daño.
– Ay hija, qué emoción.
– Muchas gracias Gerardo, no sé qué decirte –mencionó Natalia y lo abrazó fuertemente.
– Tus amigas te trajeron el pastel –dijo Antonio y en eso se acercaron Dania y Alejandra.
– ¡Muchas felicidades Natalia! –exclamaron las dos y abrazaron a la quinceañera.
– Bueno, pues a comenzar el baile –dijo Juan José, todos tomaron asiento y el tío llevó a la sobrina al centro de la pista y comenzaron a bailar el vals ante la cara llena de lágrimas de Carmen.

Tocó el turno del chambelán y Gerardo se acercó para bailar con la quinceañera, los dos se miraban fijamente a los ojos, en los de Natalia había enorme felicidad mientras que los de Gerardo la miraban con amor. La fiesta siguió, todos se divertían, todos estaban felices, en especial Natalia y Carmen. De pronto un hombre se acercó acompañado de Gerardo a la mesa de los Rivera.
– Señora, le quiero presentar a mi jefe, él también estuvo al pendiente de los preparativos, de hecho el coopero con la bebida –dijo el joven.
– Mucho gusto, Juan Chapoy –dijo el hombre y saludo a la mamá de la quinceañera.
– Mucho gusto –respondió Carmen al saludo y estrechó la mano de Juan, no sin antes tratar de recordar dónde había visto su cara antes. De pronto el recuerdo vino a su memoria, sus ojos se agrandaron y sólo alcanzó a exclamar «¡TÚ!» y cayó desmayada.