sábado, 29 de septiembre de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 21. Sorpresas para todos.

Los días pasaron, Juan José seguía acudiendo a trabajar al taller mecánico, mientras la angustia de Carmen iba creciendo más y más. Doña Gertrudis y Marcela trataban de calmarla día a día pero Carmen no podía seguir y menos cuando Juan José comenzaba a mostrar gestos de cariño hacia Juan.
– ¡Mamá no sé qué hacer!, cada día Juan José tiene semanas que no me dirige la palabra y cada día que pasa siento que ese hombre me los está quitando.
– Pero hija, no digas eso, bien sabes que Juan José está sentido porque no querías que trabaje con ese señor, pero él te quiere.
– No mamá, no puedo más, tengo que ir a ver a Juan –dijo Carmen.

Pasaron un par de días, Carmen se armó de valor y fue a donde el taller mecánico.
– Si, dígame, dijo Juan al ver llegar a Carmen.
– Usted y yo necesitamos hablar –dijo escuetamente la mujer a lo que el mecánico se quedó pasmado.
– Si… dígame de qué… usted no es de casualidad Carmen, la hermana de Juan José.
– Si, podemos hablar en su casa… aquí no me siento a gusto.
– Claro, pase –dijo aún desconcertado Juan ante la actitud de la mujer.
– Usted y yo tenemos que hablar de algo muy grave.
– ¿En qué la puedo ayudar?
– Yo aún no puedo creer que no te acuerdes de mí –dijo Carmen mientras en su ser sentía que la sangre comenzaba a hervirle.
– Es que, la verdad no sé de qué me habla.
– Te voy a recordar. Hace veinte años nos conocimos en Puerto Vallarta… nos conocimos en la playa, nos presentó una desgraciada llamada Yadira…
– Te voy a interrumpir, yo nunca he ido a Puerto Vallarta.
– ¡Cómo puedes ser tan cínico!
– Le voy a pedir calma, en verdad no sé de qué me habla… yo nunca he viajado a la playa.
– Pero… ¡Pero que cinismo!
– Insisto, explíqueme, tal vez me confunde con Javier –al oír ese nombre, Carmen sintió en su corazón como una aguja que atravesaba su ser, todos los recuerdos de su juventud y sobre todo los de la violación volvían, al escuchar ese nombre.
– Ha… dicho… Javier –dijo con un semblante pálido.
– ¿Se siente bien, le ofrezco un vaso con agua? –dijo Juan y Carmen asintió, Juan inmediatamente fue por el vaso.
– ¿Por qué… ha mencionado ese nombre?
– Javier es mi hermano gemelo –Juan le dio el vaso con agua –bueno, lo era, él falleció hace cuatro meses.
– ¿Está muerto? –preguntó Carmen, quien aún no salía de su incredulidad.
– Si, éramos gemelos, pero muy diferentes, él se fue de la casa muy joven, como a los dieciséis años, no volvimos a saber de él como en otros quince, hasta que regresó a la casa muy enfermo, lo cuidé por los años siguientes, pero poco a poco fue empeorando hasta que murió.
– Aún no lo puedo creer –dijo Carmen un poco más calmada.
– Sé que hizo muchas cosas malas, y al ser gemelos idénticos créame que me ha traído problemas, siempre tengo que explicar que yo no soy él.
– Lo siento, siento haberlo confundido.
– Qué te parece si comenzamos a tutearnos.
– Está bien, y… quiero ofrecerte una disculpa, en verdad siento haberte confundido.
– No hay problema, pero… ahora que estás más calmada quiero saber qué es eso tan importante que querías decirme, venías encolerizada.
– Ahora que sé que no eres tú Javier, no sé si deba decírtelo.
– Qué puede ser tan grave, a estas alturas ya nada me sorprende de las cosas que hizo mi hermano.
– Está bien, te lo diré –dijo Carmen nerviosa.

Ante la sorpresa de haber encontrado a quien creía Carmen que era Javier, ésta había regresado sus recuerdos de juventud y ahora estaba por contarle a Juan toda la verdad.
– Hace veinte años a tu hermano, Javier, lo conocimos en Puerto Vallarta… y él… bueno… una noche nos encontramos en una disco de aquel entonces…
– Si no quieres hablar de ello, no lo hagas –interrumpió Juan al notar que el semblante de la mujer cambiaba y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
– No, debo continuar… él… me violó –dijo Carmen con un la voz baja, avergonzada, sus lágrimas ya recorrían sus mejillas.
– Ese desgraciado –contestó Juan molesto.
– Pero ahora que sé que está muerto, debo confesar que ya no siento coraje hacia él, a fin de cuentas la vida se encargó de hacerle pagar el daño que me hizo.
– Lamento lo que hizo mi hermano.
– Es que, eso no es todo… tuvo consecuencias.
– ¿Consecuencias?
– Si… nueve meses después.
– Quieres decir que…
– Si, tuve un hijo –respondió Carmen ante la perplejidad de Juan.

– Espera –dijo Juan instantes después, lo que le había contado Carmen había hecho que se parar de su silla, mientras Carmen se secaba las lágrimas sentada en el sillón –José Juan tiene diecinueve años, eso quiere decir que…
– Si, José Juan es hijo de Javier.
– ¡Pero eso no puede ser! Él es tu hermano.
– No, en ese tiempo tenía apenas quince años y mi papá no permitió que tuviera en mis brazos a ese pequeño que no tenía la culpa de haber sido producto de tan espantosa  situación.
– Pero…
– Si, mi papá lo registró con sus apellidos y hasta hoy él sigue pensando que es un Rivera.
– Te voy a confesar algo –dijo Juan momentos después, los dos se habían quedado callados, Juan con la incredulidad de saber que quién trabajaba para él era su sobrino y Carmen al sentirse liberada de su secreto más grande –él tiene los ojos de mamá, por eso cuando lo conocí, sentí que algo en él me recordaba a mamá y a nosotros.
– Siempre se ha preguntado por qué no se parece a nosotras y le decimos que es porque se parece a sus abuelos, al menos no estábamos tan equivocadas.
– ¡Él tiene que saber la verdad!
– ¡NO!, si te he contado esto es porque creo que era necesario que supieras la verdad pero ahora que la sabes te pido… ¡te exijo que no le digas nada!
– Pero Carmen…
– No Juan, no puedo destruirle todo lo que él ha creído que es, su mundo está hecho y no se lo puedo quitar así como así –expresó Carmen, se levantó y se dirigió a la puerta.
– ¡Quiero que sepas que te doy tres días para decirle la verdad a Juan José, de otra manera se lo diré yo! –ordenó enérgicamente Juan.
– ¿Que me diga qué? –interrumpió Juan José…

lunes, 24 de septiembre de 2012

Guanajuato, México. Capítulo 20. Nunca la verdad.

Los años pasaron para la familia Rivera, Juan José iba creciendo y Carmen poco a poco iba queriéndole más como un hermano, aunque siempre con la esperanza de un día poder contarle la verdad.
Cada quién siguió con su vida y aunque el recuerdo de Javier se había vuelto borroso en la memoria de Carmen, al encontrarlo de nueva cuenta en la fiesta, cambiaba todo su entorno, aunque seguía con la duda del por qué se lo habían presentado con el nombre de Juan y no con el nombre de Javier, o acaso también su memoria se había equivocado en el nombre.
– ¡Mamá! ¿Dónde están? –llegó gritando Juan José.
– Aquí en la cocina hijo –respondió doña Gertrudis.
– No sabes lo que pasó hoy, por fin conseguí un trabajo, Juan me ha dicho que necesita un mecánico y como sabe que yo estoy a punto de terminar la carrera me ha pedido que le ayude.
– Qué bueno hijo –exclamó doña Gertrudis.
– ¡Tú no vas a trabajar ahí! –interrumpió abruptamente Carmen, ante el desconcierto de José Juan.
– Y a ti qué te pasa.
– Mamá, por favor, prohíbele que trabaje con ese hombre.
– Hija, no puedo hacer eso, es un trabajo y bien sabes que sería un ingreso extra para la casa.
– Además Carmen, a ti en que te afecta que trabaje con Juan, pareciera que lo conoces, porque hablas de él como si ya antes lo habías visto.  
– No digas tonterías José Juan y ya te he dicho, ¡Tú no vas a trabajar con ese hombre!
– ¡A mí no me vas a decir que tenga que hacer o no!, yo voy a trabajar con Juan y está decidido, sólo vine a decirle a mamá.
– Hijos, por favor no peleen.
– Pues Carmen que se mete en lo que no le importa.
– Si me importa porque… ­–Carmen estaba a punto de decirle la verdad a su hijo.
– ¡Carmen, calla por favor!
– ¿Qué tiene que callar mamá? –preguntó un ya desconcertado joven.
– Nada hijo, nada, ya sabes cómo es tu hermana –decía doña Gertrudis para calmar a Carmen quien dio la espalda a los presentes para morderse los labios y evitar que la verdad fuera descubierta –¿y cuándo comienzas?
– Mañana mismo mamá, después de llegar de la escuela me voy al taller mecánico –contestó ya más calmado José Juan.
– Bien, bien, te haré el lonche y ahora ve a lavarte las manos y hablarle a los demás para que vengan a comer.
– Si mamá –dijo José Juan pero sin dejar de ver a Carmen quien en silencio derramaba unas lágrimas.

La comida pasó con sabor amargo, ya que la tensión que había entre Carmen y José Juan por la discusión. Terminó la comida, José Juan se levantó de la mesa y se dirigió a su cuarto, lo siguió Romeo y Antonio.
– Tío dijiste que nos ibas a ayudar con la tarea.
– Que los ayude Luciana, no me siento bien.
– Pero tío...
– Está bien, está bien, síganme a mi cuarto –dijo con enfado el hijo menor de los Rivera, pero pronto se le pasó, ya que quería mucho a sus sobrinos.
– Mamá tienes que decirle que no a José Juan.
– ¿Pero por qué hija, cuál es tu problema?
– Ay mamá no sé cómo decírtelo, pero debes de saberlo.
– Hija, me estás comenzando a asustar.
– Mamá Juan es el padre de José Juan –dijo Carmen entre sollozos, doña Gertrudis dejó caer los platos que sostenía al escuchar la revelación de su hija.
– ¡Qué pasa mamá! –llegó corriendo Marcela al escuchar el estruendo de los platos.
– Le he dicho que Juan es el padre de José Juan.
– Sabía que era algo así, tu reacción desde la quinceañera de Natalia, pero…
– ¿Qué pasó? –interrumpió José Juan quien venía con los niños bajando de su recámara.
– Nada, nada, se me cayeron los platos.
– Y por qué no lo ayudaste Carmen –preguntó José Juan regañando a la hermana mayor.
– No fue nada José Juan, se me resbaló nada más, ve a seguir ayudando a los niños en sus tareas por favor –respondió doña Gertrudis aún muy nerviosa.
– ¿Te sientes bien mamá?
– Sí, estoy bien, sólo que es la impresión, necesito sentarme un momento –doña Gertrudis se tocó el pecho lo que hizo que las hijas se preocuparan.
– ¡Carmen, cómo se te ocurre decirle eso a mamá sabiendo cómo está!
– Perdóname mamá pero no podía callarlo.
– Pero… cómo… cómo te diste cuenta –decía la matrona mientras respiraba agitadamente.
– Ese día en la quinceañera, al ver su cara, de pronto vinieron a mi mente todos los recuerdos de la juventud, Yadira, Paola, Leticia, todos los recuerdos se galoparon de pronto en mi mente y fue la razón por la que me desmayé.
– ¿Estás segura que es el mismo tipo? –preguntó Marcela.
– Si, su cara, aunque lo que aún no me concuerda es su nombre, en la fiesta me lo presentó como Juan, pero aquél desgraciado se llamaba Javier.
– ¿Y si no es la misma persona hija?
– Si lo es mamá, a pesar de los años, nunca he podido olvidar esa cara.

El día pasó sin más aspavientos, doña Gertrudis logró ser calmada con medicamento, se fue a recostar y las hermanas se quedaron platicando.
– Many, le dirás la verdad a José Juan.
– Sólo cuando sea necesario, ahora no.
– Pero él debe saber la verdad.
– No, ¿Por qué destruir su mundo?, él ha sido feliz todos estos años en los cuales ha creído que nuestros papás son también los suyos.
– Eso sí, ellos lo han querido como un hijo más.
– Además es algo que le prometí a papá antes de morir y no pienso romper esa promesa.
– Está bien many, lo comprendo.

–Bueno mamá, ya me voy al trabajo –dijo José Juan al día siguiente, llegaba de la escuela y sólo tomó un ligero refrigerio, recogió el lonche que le preparó doña Gertrudis y estaba por salir de la casona cuando fue detenido por la matrona.
– Hijo, espera un poco, solo un poco.
– ¿Qué pasa mamá?
– Hijo sé que no es la forma en la que te lo pida pero por favor, no vayas a trabajar con ese hombre.
– Ya te convenció Carmen.
– No hijo, no es eso, simplemente que no creo que es tiempo que aún trabajes y más en un taller mecánico.
– Mira mamá, nunca he ido en contra de lo que me dices, siempre los obedecí a papá y a ti, pero no me vas a quitar esta oportunidad, no ahora, así que no me importa lo que digan tu y mis hermanas.
– Pero hijo…
– Ya mamá por favor –interrumpió José Juan y salió de la casa rumbo al taller.