Guanajuato, México. Capítulo 21. Sorpresas para todos.
Los días pasaron, Juan José seguía acudiendo a trabajar al taller mecánico, mientras la angustia de Carmen iba creciendo más y más. Doña Gertrudis y Marcela trataban de calmarla día a día pero Carmen no podía seguir y menos cuando Juan José comenzaba a mostrar gestos de cariño hacia Juan.
– ¡Mamá no sé qué hacer!, cada día Juan José tiene semanas que no me dirige la palabra y cada día que pasa siento que ese hombre me los está quitando.
– Pero hija, no digas eso, bien sabes que Juan José está sentido porque no querías que trabaje con ese señor, pero él te quiere.
– No mamá, no puedo más, tengo que ir a ver a Juan –dijo Carmen.
Pasaron un par de días, Carmen se armó de valor y fue a donde el taller mecánico.
– Si, dígame, dijo Juan al ver llegar a Carmen.
– Usted y yo necesitamos hablar –dijo escuetamente la mujer a lo que el mecánico se quedó pasmado.
– Si… dígame de qué… usted no es de casualidad Carmen, la hermana de Juan José.
– Si, podemos hablar en su casa… aquí no me siento a gusto.
– Claro, pase –dijo aún desconcertado Juan ante la actitud de la mujer.
– Usted y yo tenemos que hablar de algo muy grave.
– ¿En qué la puedo ayudar?
– Yo aún no puedo creer que no te acuerdes de mí –dijo Carmen mientras en su ser sentía que la sangre comenzaba a hervirle.
– Es que, la verdad no sé de qué me habla.
– Te voy a recordar. Hace veinte años nos conocimos en Puerto Vallarta… nos conocimos en la playa, nos presentó una desgraciada llamada Yadira…
– Te voy a interrumpir, yo nunca he ido a Puerto Vallarta.
– ¡Cómo puedes ser tan cínico!
– Le voy a pedir calma, en verdad no sé de qué me habla… yo nunca he viajado a la playa.
– Pero… ¡Pero que cinismo!
– Insisto, explíqueme, tal vez me confunde con Javier –al oír ese nombre, Carmen sintió en su corazón como una aguja que atravesaba su ser, todos los recuerdos de su juventud y sobre todo los de la violación volvían, al escuchar ese nombre.
– Ha… dicho… Javier –dijo con un semblante pálido.
– ¿Se siente bien, le ofrezco un vaso con agua? –dijo Juan y Carmen asintió, Juan inmediatamente fue por el vaso.
– ¿Por qué… ha mencionado ese nombre?
– Javier es mi hermano gemelo –Juan le dio el vaso con agua –bueno, lo era, él falleció hace cuatro meses.
– ¿Está muerto? –preguntó Carmen, quien aún no salía de su incredulidad.
– Si, éramos gemelos, pero muy diferentes, él se fue de la casa muy joven, como a los dieciséis años, no volvimos a saber de él como en otros quince, hasta que regresó a la casa muy enfermo, lo cuidé por los años siguientes, pero poco a poco fue empeorando hasta que murió.
– Aún no lo puedo creer –dijo Carmen un poco más calmada.
– Sé que hizo muchas cosas malas, y al ser gemelos idénticos créame que me ha traído problemas, siempre tengo que explicar que yo no soy él.
– Lo siento, siento haberlo confundido.
– Qué te parece si comenzamos a tutearnos.
– Está bien, y… quiero ofrecerte una disculpa, en verdad siento haberte confundido.
– No hay problema, pero… ahora que estás más calmada quiero saber qué es eso tan importante que querías decirme, venías encolerizada.
– Ahora que sé que no eres tú Javier, no sé si deba decírtelo.
– Qué puede ser tan grave, a estas alturas ya nada me sorprende de las cosas que hizo mi hermano.
– Está bien, te lo diré –dijo Carmen nerviosa.
Ante la sorpresa de haber encontrado a quien creía Carmen que era Javier, ésta había regresado sus recuerdos de juventud y ahora estaba por contarle a Juan toda la verdad.
– Hace veinte años a tu hermano, Javier, lo conocimos en Puerto Vallarta… y él… bueno… una noche nos encontramos en una disco de aquel entonces…
– Si no quieres hablar de ello, no lo hagas –interrumpió Juan al notar que el semblante de la mujer cambiaba y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
– No, debo continuar… él… me violó –dijo Carmen con un la voz baja, avergonzada, sus lágrimas ya recorrían sus mejillas.
– Ese desgraciado –contestó Juan molesto.
– Pero ahora que sé que está muerto, debo confesar que ya no siento coraje hacia él, a fin de cuentas la vida se encargó de hacerle pagar el daño que me hizo.
– Lamento lo que hizo mi hermano.
– Es que, eso no es todo… tuvo consecuencias.
– ¿Consecuencias?
– Si… nueve meses después.
– Quieres decir que…
– Si, tuve un hijo –respondió Carmen ante la perplejidad de Juan.
– Espera –dijo Juan instantes después, lo que le había contado Carmen había hecho que se parar de su silla, mientras Carmen se secaba las lágrimas sentada en el sillón –José Juan tiene diecinueve años, eso quiere decir que…
– Si, José Juan es hijo de Javier.
– ¡Pero eso no puede ser! Él es tu hermano.
– No, en ese tiempo tenía apenas quince años y mi papá no permitió que tuviera en mis brazos a ese pequeño que no tenía la culpa de haber sido producto de tan espantosa situación.
– Pero…
– Si, mi papá lo registró con sus apellidos y hasta hoy él sigue pensando que es un Rivera.
– Te voy a confesar algo –dijo Juan momentos después, los dos se habían quedado callados, Juan con la incredulidad de saber que quién trabajaba para él era su sobrino y Carmen al sentirse liberada de su secreto más grande –él tiene los ojos de mamá, por eso cuando lo conocí, sentí que algo en él me recordaba a mamá y a nosotros.
– Siempre se ha preguntado por qué no se parece a nosotras y le decimos que es porque se parece a sus abuelos, al menos no estábamos tan equivocadas.
– ¡Él tiene que saber la verdad!
– ¡NO!, si te he contado esto es porque creo que era necesario que supieras la verdad pero ahora que la sabes te pido… ¡te exijo que no le digas nada!
– Pero Carmen…
– No Juan, no puedo destruirle todo lo que él ha creído que es, su mundo está hecho y no se lo puedo quitar así como así –expresó Carmen, se levantó y se dirigió a la puerta.
– ¡Quiero que sepas que te doy tres días para decirle la verdad a Juan José, de otra manera se lo diré yo! –ordenó enérgicamente Juan.
– ¿Que me diga qué? –interrumpió Juan José…